El hombre cristiano es el señor más libre de todos, y no se somete a nadie; el hombre cristiano es el siervo más obediente de
todos, y se somete a todos.- Martín Lutero
De todas las disciplinas
espirituales, de ninguna se ha abusado
más que de la disciplina de
la sumisión. De algún modo, la especie humana tiene una
extraordinaria habilidad para tomar la mejor enseñanza y torcerla para los
fines peores. No hay nada que pueda someter al pueblo a esclavitud como la
religión, y nada en la religión ha hecho tanto para manipular y destruir a las
personas como una enseñanza deficiente sobre la sumisión. Por tanto, tenemos
que abrirnos paso a través de esta disciplina con gran
cuidado y discernimiento a
fin de asegurarnos
que seamos ministros de vida, y
no de muerte.
Toda disciplina tiene su correspondiente libertad. Si yo he estudiado
el arte de la retórica, me siento libre para pronunciar un discurso conmovedor
cuando la ocasión lo requiera. Demóstenes sólo se sintió libre para ser un
orador cuando hubo pasado por la disciplina de hablar por encima del rugido del
océano con guijarros en la
boca. El propósito de
las disciplinas es dar
libertad. Nuestra meta
es la libertad,
no la disciplina.
En el momento en que hagamos de
la disciplina nuestro enfoque central, nos apartaremos hacia la ley y perderemos la correspondiente libertad. Las disciplinas
en sí no
tienen ningún valor.
Sólo tienen valor como medios para colocarnos delante de Dios, a fin de
que él nos dé la libertad que buscamos. La liberación es el fin; las
disciplinas son simplemente los medios.
Las disciplinas no son las
respuestas; sólo nos conducen hacia la Respuesta. Tenemos que entender claramente esta limitación de las
disciplinas, si hemos de evitar la esclavitud.
No sólo tenemos que entender
esto, sino que necesitamos destacarlo para nosotros mismos vez tras vez; tan
severa es la
tentación de concentrarnos
en las disciplinas. Centrémonos
para siempre en Cristo, y consideremos las disciplinas espirituales como una
manera de acercarnos al corazón de él.
La libertad que se halla en la sumisión
Dije que toda
disciplina tiene su
correspondiente libertad. ¿Qué libertad le corresponde a la sumisión? La
capacidad para descargar la terrible carga de siempre tener que obtener 10 que
queremos: La obsesión de exigir que
las cosas se hagan de la manera
como las queremos es una de las mayores esclavitudes de la sociedad humana hoy.
Hay personas que pasarían semanas, meses
y aun años en una perpetua agitación mental por el hecho de que alguna cosita
no salió como querían. Se
incomodarían y se irritarían. Se disgustarían por ello. Actuarían como si su
misma vida dependiera
de ese asunto.
Incluso, pudiera producírseles
una úlcera por esa causa.
En la
disciplina de la sumisión
quedamos libre de dejar el asunto, para
olvidarlo. Francamente, la mayoría de
las cosas en la vida no son tan importantes como pensamos. Nuestra vida
no se acabará si no sucede esto o aquello.
Si observaras estas cosas,
verías, por ejemplo, que
en casi todas las iglesias hay
discusiones y se produce la división por
el hecho de que las personas no tienen
la libertad de rendirse la una a la
otra. Insistimos en que lo
que está en juego es un asunto crítico;
en que estamos
luchando por un
principio sao grado. Tal vez eso sea cierto. Generalmente no lo
es. Con frecuencia no podemos
soportar el hecho
de rendirnos simplemente porque eso significaría que no
logramos que las cosas se hagan a nuestra
manera. Sólo la sumisión nos
capacita para llevar ese espíritu
al punto en que
ya no nos domina. Sólo la sumisión puede liberarnos suficientemente hasta el punto de capacitarnos para distinguir
entre los asuntos genuinos
y la terquedad.
Si sólo llegáramos a comprender
que la mayoría de las cosas de la
vida no son asuntos
fundamentales, entonces podríamos
tomarlas con moderación. Descubrimos que no son grandes cosas. Frecuentemente decimos: "Bueno; a mí
no me importa"; cuando 10 que realmente queremos dar a entender (y
10 que les comunicamos a los demás) es
que nos importa mucho. Aquí es precisamente donde cuadra la
disciplina del silencio tan bien
como todas las demás disciplinas. Por lo general, la mejor manera de manejar la
mayoría de las cosas con sumisión consiste en no decir nada. Hay la necesidad
de un espíritu de gracia que lo abarque todo, más que
cualquier clase de palabras o de
acción. Cuando así 10 hacemos,
libramos a otros y nos liberamos nosotros mismos.
La enseñanza bíblica sobre la
sumisión se centra primariamente en
el espíritu con el cual vemos a
las demás personas. La Escritura
no intenta establecer una serie de relaciones jerárquicas, sino
comunicarnos una actitud
interna de mutua subordinación. Pedro, por ejemplo,
exhortó a los esclavos de su época para
que estuvieran sujetos a sus
amos (I Pedro
2:18). Este consejo parece innecesario mientras no comprendamos que es muy
posible obedecer al
amo sin estar con un
espíritu de sujeción a él. Externamente podemos hacer lo que las
personas nos pidan, e internamente estar en
rebelión contra ellas. Ese
interés por un
espíritu de consideración hacia
los demás impregna todo el Nuevo
Testamento. El antiguo pacto estipulaba que no debemos matar. Jesús, sin
embargo, destacó el hecho de que el asunto real era el espíritu interno de
matar con el cual vemos a las personas. Lo mismo ocurre con el asunto de la
sumisión: El asunto real es el espíritu de consideración y deferencia que
tengamos cuando estamos con los demás.
Con la sumisión quedamos al fin
libres para evaluar a otras personas. Sus sueños y planes se vuelven
importantes para nosotros. Hemos entrado
en una libertad
nueva, maravillosa y gloriosa,
la libertad de renunciar a nuestros propios derechos por el bien de los demás. Por primera vez podemos amar a las personas
incondicionalmente. Hemos renunciado al derecho de que ellas nos devuelvan el amor. Ya no sentimos que tenemos que ser tratados
de cierta manera. Podemos regocijarnos por el 126 Alabanza a la disciplina La disciplina de la sumisión éxito de ellas.
Sentimos tristeza genuina cuando fracasan. El hecho de que nuestros planes se frustren es algo que tiene pequeñas consecuencias, con tal
que de ellos éxito. Descubrimos
que es mucho mejor servir a nuestro prójimo que
lograr que se haga nuestro
capricho.
¿Has experimentado la liberación
de renunciar a tus propios derechos?
Eso significa que quedas libre de esa ardiente ira y de esa amargura que sientes cuando alguien no actúa
hacia ti como tú piensas que debiera actuar. Significa que al fin podrás romper esa ley ominosa del
comercio que dice: "Tú me
rascas la espalda, y yo te rasco la tuya; tú me revientas la nariz, y yo
te reviento la tuya". Eso significa que tienes libertad para obedecer el
mandamiento de Jesús: "Amad
a vuestros enemigos... y orad por los que os ultrajan y
os persiguen" (Mateo 5:44).
Significa que por
primera vez entendemos que
es posible renunciar al derecho de venganza: "... a
cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvela también la otra"
(Mateo 5:39).
Una piedra de toque
Como tal vez lo habrás notado, he
entrado en el tema de la sumisión
por la puerta
de atrás. Comencé
explicando lo que hace a
favor de nosotros
antes de definir lo que es.
Eso lo he hecho con un
propósito. La mayoría hemos estado expuestos a una forma tan mutilada de
sumisión bíblica, que hemos abrazado la
deformidad o hemos rechazado
por completo la disciplina. Hacer lo primero conduce al
aborrecimiento de uno mismo; hacer lo último conduce a
la arrogancia. Antes de
agarrarnos de los cuernos de este dilema, consideremos una tercera alternativa.
La piedra de toque para el
entendimiento bíblico de la
sumisión es Marcos
8:34: "Y llamando a la
gente y a sus discípulos,
les dijo: Si alguno quiere venir en pos
de mí, niéguese a sí mismo, y tome su
cruz, y sígame". Casi
instintivamente retrocedemos de estas palabras. Nos sentimos mucho más cómodos con expresiones como "satisfacción
personal" y "realización, personal", que con pensamientos como el
"renunciamiento". (En realidad, la
enseñanza de Jesús sobre el
renunciamiento es lo. único que
genuinamente puede traer la satisfacción personal y la realización personal.) La
negación de uno mismo
evoca en nuestras mentes toda-clase de imágenes de servilismo y de
aborrecimiento de nosotros mismos. Nos imaginamos que muy ciertamente significa
el rechazamiento de la individualidad y probablemente conduzca
a diversas formas
de mortificación de nosotros mismos.
Por el contrario, Jesús nos llamó
a negarnos a nosotros mismos sin que
nos aborrezcamos. La
negación de uno mismo
es un modo sencillo de llegar a entender que no tiene que hacerse lo
que a nosotros nos agrada. Nuestra
felicidad no depende de lograr lo que
queremos.
El hecho de negarnos a nosotros
mismos no significa la pérdida de nuestra identidad como suponen algunos. Sin
nuestra identidad ni siquiera
pudiéramos estar sujetos
unos a otros. ¿Perdió Jesús su
identidad cuando afirmó su rostro para ir al Gólgota? ¿Perdió 'Pablo su identidad
cuando se dedicó a Aquel que le dijo: "porque yo le mostraré cuánto le es
necesario padecer por mi nombre"
(Hechos 9:16)? Por supuesto que no.
Sabemos que lo que
ocurrió fue lo contrario. Ellos
hallaron su identidad en el acto
de renunciamiento.
Negarnos a
nosotros mismos no es lo
mismo que despreciarnos a nosotros mismos. El hecho de
despreciarnos a nosotros mismos es afirmar
que no tenemos
valor alguno, y
aun si lo tuviéramos lo rechazaríamos. El hecho de negarnos a nosotros mismos es declarar que
somos de infinito valor y no muestra
cómo comprenderlo. El desprecio de
nosotros mismos niega la bondad de la creación; la negación de nosotros mismos afirma que en
realidad es buena. Jesús declaró que la
capacidad para amarnos a nosotros mismos
es el requisito previo para extendernos a los demás (Mateo 22:39). Amarse
a uno
mismo y negarse a uno mismo
no son acciones conflictivas.
Jesús dijo claramente más de una vez que la negación de nosotros mismos es sólo
una manera segura de amarnos a nosotros mismos. "El que halla su vida,
la perderá; y el que pierde su
vida por causa de mí, la hallará" (Mateo 10:39).
De nuevo tenemos que
destacar para nosotros mismos que el renunciamiento significa la libertad para dar lugar a otros; Significa poner
los intereses de los demás
por encima de los
propios. En este sentido, la negación de nosotros
mismos nos libra de la auto
conmiseración. Cuando vivimos fuera de la negación de nosotros mismos,
demandamos que las cosas se hagan a
nuestra manera. Cuando
no se hacen
así, revertimos a la auto
conmiseración. "[Pobre de mí!" Externamente podemos someternos, pero
lo hacemos con un espíritu
de mártires. Este espíritu de
compadecerse de uno
mismo, de martirio,
es una señal cierta de que la disciplina
de la sumisión se ha echado a perder.
Esa es la razón por la cual el renunciamiento es la base de esta disciplina;
nos salva de la auto conmiseración.
A las personas modernas les
parece sumamente difícil leer a los
grandes maestros de las devociones por cuanto ellos usan abundantemente el
lenguaje del renunciamiento. Para nosotros es difícil estar accesibles a las
siguientes palabras de Tomás de Kempis: "No tener opinión de nosotros
mismos, y pensar siempre bien y altamente de los demás, es gran sabiduría y
perfección".' Luchamos cuando
leemos las palabras de Jesús: "Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame" (Marcos 8:34). Todo esto se
debe a que no hemos entendido la enseñanza de Jesús en el sentido de que el
camino para la satisfacción de uno mismo pasa por la negación de uno mismo. Salvar
la vida es perderla; perderla por causa de Cristo es salvarla
(Marcos 8:35). George
Matheson introdujo en los
himnos de la iglesia esta maravillosa paradoja de la satisfacción por medio de
la negación de uno mismo.
Cautívame,
Señor,
y
entonces seré libre;
oblígame
a entregar la espada,
y
seré vencedor.
Yo
decaigo con las alarmas de la vida
cuando
estoy por mi cuenta.
Aprisióname
entre tus brazos,
y
fuerte será mi mano."
Tal vez la atmósfera ya se ha
aclarado lo suficiente para que podamos echar una mirada al renunciamiento como la liberación que realmente es. Tenemos que estar convencidos de esto porque, como ya
se dijo, la negación de nosotros
mismos es la piedra de toque para la
disciplina de la sumisión.
La sumisión revolucionaria tal como la enseñó Jesús
La enseñanza social más radical
de Jesús fue la total reversión que hizo de la idea contemporánea de grandeza.
El liderato se haya en llegar uno a ser siervo de todos. El poder se descubre
en la sumisión. El símbolo supremo de esta radical servidumbre es la cruz.
"[Jesús] se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz"
(Filipenses 2:8). Pero notemos esto: Cristo no sólo padeció una muerte de cruz; él llevó una vida de
cruz. El camino de la cruz, el camino de un siervo sufrido fue esencial en su ministerio. Jesús practicó la vida de cruz en
la sumisión a los seres humanos semejantes a él. Él fue siervo de todos.
El rechazó de plano los
títulos culturales que se daban al que estaba en posición de poder
cuando dijo: "... no queráis
que os llamen
Rabí; ... Ni seáis llamados
maestros" (Mateo 23:8-10). Jesús hizo añicos las costumbres de su
tiempo al practicar la vida de cruz,
al tomar en serio a
las mujeres y al estar dispuesto a encontrarse con los niños. Practicó la
vida de cruz cuando tomó la toalla y les lavó los pies a sus discípulos.
Este Jesús, quien fácilmente hubiera
podido pedir una legión de ángeles para que
acudieran a su defensa, prefirió la muerte en la cruz del Calvario. La vida de Jesús fue
una vida de cruz, de sumisión y servicio.
La muerte de Jesús fue una muerte de cruz para vencer por medio del sufrimiento.
Es imposible exagerar el carácter
revolucionario de la vida de Jesús y de
su enseñanza sobre este punto. Eso abolió el reclamo de una
posición y una condición de
privilegio. Eso creó un
nuevo orden de
liderato. La vida
de cruz de Jesús
socavó todos los órdenes
sociales basados en el poder y
en el interés propio.
Como ya lo dije, Jesús llamó a
sus seguidores a una vida de cruz. "Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame" (Marcos 8:34).
El dijo claramente a sus discípulos: "Si alguno quiere ser el
primero, será el postrero de todos, y el
servidor de todos" (Marcos 9:35). Cuando Jesús inmortalizó el principio
de la vida de cruz al lavar los pies a sus discípulos, agregó: "Porque
ejemplo os he dado, para que como yo os he
hecho, vosotros también
hagáis" (Juan 13:15).
La vida de cruz es la vida de la
sumisión. Voluntaria. La vida de cruz es la vida que libremente acepta hl servidumbre.
La subordinación revolucionaria tal
como se enseña en las epístolas del Nuevo Testamento
El ejemplo de Jesús y su
llamamiento 8. seguir el camino de la cruz
en todas las formas de la
vida humana constituyen la base
de la enseñanza
de las epístolas
del Nuevo Testamento sobre la sumisión. El
apóstol Pablo basa el imperativo:
"estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo"; en la sumisión y en el renunciamiento del
Señor para nuestra salvación. "...
Se despojó a sí
mismo, tornando forma de
siervo" (Filipenses
2:4-7). El apóstol
Pedro, en la mitad de
sus instrucciones sobre la
sujeción, apeló directamente al ejemplo de Jesús como la razón para la sujeción. "Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros,
dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; ... quien cuando le
maldecían, no respondía
con maldición; cuando
padecía, no amenazaba, sino
encomendaba la causa
al que juzga justamente" (l Pedro 2:21-23).
Como prefacio a la haustafel de Efesios, leemos: "Someteos unos a otros en
el temor de Dios (itálicas del
autor)" (Efesios 5:21).
El llamado a los cristianos para que vivan la vida de cruz
está arraigado en la vida de cruz del Señor mismo.
La disciplina de la sumisión ha sido terriblemente mal
interpretada y se ha abusado de
ella por falta de
comprenderla en este contexto más amplio. La sumisión es un tema ético
que. pasa por toda la gama del Nuevo Testamento. Es una postura obligatoria
para todos los cristianos: Tanto hombres
como mujeres; tanto padres como hijos; tanto amos como esclavos. Se nos
ordena a
vivir en sujeción
porque así vivió
Jesús, no porque estemos en algún sitio específico o en
alguna etapa de la vida. La negación
de uno
mismo es una postura
adecuada para los que siguen al Señor crucificado. En todas partes de la
haustafel, la única razón
obligatoria para la
sumisión es el
ejemplo de Cristo.
Esta razón fundamental de la
sumisión es asombrosa cuando la comparamos con otros escritos del primer siglo.
Hay en éstos un constante llamado a la sumisión, por cuanto esa era la manera "cómo los dioses habían creado las cosas"; era una etapa
en la
vida. Ni uno solo de los escritores del Nuevo
Testamento se basa en
eso para llamar
a la sumisión.
La enseñanza es revolucionaria. Ellos pasaron totalmente
por alto todas las costumbres
contemporáneas de clase
superior y subordinada,
y llamaron a todos
a que cada uno estimara a
los demás "como superiores a él mismo" (Filipenses 2:3).
Las epístolas
del Nuevo Testamento
llaman primero a la
subordinación a aquellos que, en virtud
de tener determinada cultura, ya están subordinados. "Casadas, estad
sujetas a vuestros maridos, ... Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, ...
Siervos, obedeced en todo a vuestros amos
terrenales ..." (Colosenses 3:18-22 y pasajes paralelos). Lo
revolucionario de esta enseñanza está en que se dirige a personas a quienes la
cultura del primer siglo
no les ofrecía
ninguna clase de
alternativa, como si fueran libres agentes morales. Pablo
les concedió responsabilidad
moral a aquellos que no teníl:\.n condición legal ni moral en su
cultura. El hace
que decidan aquellas personas a
quienes se les prohibía tomar decisiones.
Es asombroso el hecho de que Pablo
loa llamó a la subordinación, puesto que ellos ya estaban subordinados
en virtud del lugar que les había asignado
la cultura del
primer siglo. La única razón significativa de tal mandamiento
fue el
hecho de que, en virtud del mensaje del evangelio, ellos
habían llegado a considerarse libres de un estado de subordinación en la
sociedad. El evangelio
había desafiado a
todos los ciudadanos
de segunda clase, y ellos lo sabían. Pablo insta a la subordinación
voluntaria, no porque esa era su condición de vida.... sino porque
"conviene en el Señor" (Colosenses 3:18).
Este rasgo de dirigir la enseñanza moral a los que estaban subordinados culturalmente es también
un contraste radical en la literatura contemporánea de aquel tiempo. Los estoicos, por ejemplo, sólo
se dirigían a
la persona del
estrato social más elevado, y la animaban a hacer algo bueno, en esa posición
superior que ya tenía. Pero Pablo habló primero a los individuos a los cuales
su cultura decía que no se debía dirigir, y los llamó a la vida de cruz de
Jesús.
Luego, las epístolas del
Nuevo Testamento se vuelven al individuo culturalmente dominante
de la relación, y también lo llaman a
la vida de cruz de Jesús. El imperativo a la subordinación es recíproco:
"Maridos, amad a Vuestras mujeres, ... Padres, no exasperéis a vuestros
hijos, Amos, haced lo que es justo y
recto con vuestros siervos "
(Colosenses 3:19-4:1 y pasajes paralelos). Muy ciertamente se sujetará que el mandamiento que se dirige a la parte
dominante no usa el lenguaje de la sumisión.
Lo que no comprendemos es cuánta
sumisión exigieron tales mandamientos a
la parte dominante en aquel ambiente cultural. Si un esposo, un
padre o un amo del primer siglo obedecían
este mandamiento de Pablo, eso
hubiera producido una diferencia conmovedora en su conducta. La esposa, el hijo
y el esclavo del primer siglo no
hubieran tenido que cambiar ni un ápice
para poner en
práctica el mandamiento
de Pablo. Si sobre
alguno caía el
aguijón de tal
enseñanza, era sobre el
individuo dominante."
Además, necesitamos
comprender que los
imperativos dirigidos a los
esposos, a los padres y a los amos constituyen otra forma de
renunciamiento. Simplemente,
son otro
conjunto de palabras que comunican
la misma realidad,
es decir, que podemos estar libres de la necesidad de que las
cosas se hagan a nuestra manera. Si un esposo ama a su esposa, tendrá en consideración las necesidades de ella. Estará dispuesto a
rendirse a ella, a someterse a ella.
Queda libre para considerarla a ella como superior a sí mismo. Puede ver
las necesidades de sus hijos y considerarlos a ellos como superiores a sí
mismo (Filipenses 2:3). En Efesios,
Pablo exhortó a
los esclavos a
vivir con un espíritu
de gozo.... y a servir
con voluntad y disposición a sus amos.
Luego exhortó a los amos: "Y vosotros, amos,
haced con .ellos lo mismo" (Efesios 6:9). Tal pensamiento era
increíble para los oídos del
primer siglo. Se
pensaba que los
esclavos eran bienes de
propiedad, no seres
humanos. Sin embargo,
Pablo aconsejó con autoridad divina que los amos tuvieran en cuenta las
necesidades de sus esclavos.
Tal vez la ilustración más perfecta de la subordinación voluntaria sea la pequeña
epístola que Pablo le envió a Filemón. Onésimo, un
esclavo de Filemón y
que se había
escapado, se convirtió a
Cristo. Voluntariamente iba
de regreso a casa de Filemón, como parte de lo que para él
significó ser discípulo de Cristo.
Pablo instó a
Filemón a que recibiera a
Onésimo, "no ya como esclavo, sino
como más que esclavo,
como hermano amado" (Filemón 16). John
Yoder observa: "Esto
equivale a decir que Pablo
dio instrucciones a Filemón, con aquella clase de instrucción no
coercitiva que es adecuada para un hermano cristiano ... con el fin de que
pusiera en libertad a Onésimo".' Onésimo había de manifestar su subordinación a Filemón, regresando. Filemón debía manifestar su subordinación a Onésimo, poniéndolo en libertad. Los dos
debían estar mutuamente subordinados por amor a Cristo (Efesios 5:21).
Las epístolas del Nuevo
Testamento no consagraron las estructuras jerárquicas sociales que existían. Al
universalizar el mandamiento a la
subordinación, hicieron que tales estructuras
se volvieran relativas,
y las socavaron.
Las epístolas llamaban
a los cristianos
a vivir como ciudadanos de
un nuevo· orden; y el rasgo más fundamental de
este nuevo orden es la
subordinación universal.
Los límites de la sumisión
Los límites de la disciplina de
la sumisión están en los puntos en que se vuelve destructiva. Es entonces
cuando llega a ser una negación de la ley del amor tal como la enseñó Jesús, y
una afrenta a la
genuina sumisión bíblica (Mateo
5, 6, 7; y
especialmente 22:37-39).
Pedro llamó a los cristianos a la
sumisión radical al estado, cuando escribió: "Por causa del Señor someteos a toda institución humana,
ya sea al
rey, como a
superior, ya los
gobernadores ..." (1 Pedro 2:13,
14). Sin embargo, cuando el
gobierno legítimamente autorizado
de su día le
ordenó a la iglesia naciente que
dejara de proclamar a Cristo, Pedro contestó: ,"Juzgad si es
justo delante de Dios obedecer a.
vosotros antes que a Dios; porque no
podemos dejar de decir
lo que hemos
visto y oído" (Hechos
4:19,20). En una ocasión similar, Pedro dijo sencillamente: "Es necesario obedecer a Dios antes que a los
hombres" (Hechos 5:29).
Al entender la vida de cruz de Jesús, Pablo dijo:
"Sométase toda persona a las autoridades superiores" (Romanos 13:1).
Sin embargo, cuando Pablo vio que el estado no estaba cumpliendo la
función que Dios le había ordenado d
~ administrar justicia a todos,
lo llamó a cuentas e
insistió en que se
enderezara lo torcido (Hechos 16:37).
¿Se estaban oponiendo estos
hombres a su propio principio de renunciamiento
y sumisión? No. Ellos simplemente
entendieron que la sumisión llega al
límite de sus fuerzas cuando se vuelve
destructiva. De hecho,
ilustraron la subordinación
revolucionaria al negarse
mansamente a obedecer
un mandamiento destructivo y a
estar dispuestos a sufrir las consecuencias.
El pensador alemán
Johannes Hamel dijo
que la subordinación incluye
"la posibilidad de
una resistencia impulsada por el espíritu, de una apropiada
desautorización y un rechazamiento, con la disposición de aceptar el
sufrimiento en este punto específico o en
aquel","
Algunas veces es fácil ver los límites de la sumisión. A una esposa
se le
pide que golpee a su hijo sin razón alguna. A un niño se le pide que ayude a un adulto en una práctica ilegal.
A un ciudadano se le pide que viole los
dictados de la Biblia y de la conciencia por causa del estado. En cada uno de estos casos, el
discípulo se niega, no de manera
arrogante, sino con un espíritu de humildad y sumisión.
Con frecuencia
es sumamente difícil
definir cuáles son los límites de la sumisión. ¿Qué diremos del cónyuge
que se siente sofocado y no puede lograr la satisfacción personal a causa de
la carrera profesional
del otro cónyuge?
¿Es esta una forma legítima de renunciamiento o una forma
destructiva? ¿Qué diremos del profesor que califica injustamente al estudiante?
¿Se somete el estudiante,
o resiste? ¿Qué diremos
del patrón que promueve a
sus empleados basado
en el favoritismo
y en los intereses creados? ¿Qué hace el
empleado que es despojado de
su ascenso correspondiente, especialmente si
este ascenso es necesario para el bien de su familia?
Estas son preguntas sumamente complicadas por el
hecho de que las relaciones humanas son complicadas. Son preguntas
que no
exigen respuestas simplistas.
No existe nada
que se llame la ley de la
sumisión, que cubra toda situación. Tenemos que volvernos muy escépticos con
respecto a todas las leyes que aparentan manejar toda circunstancia. La ética
casuista siempre fracasa.
No es una evasión del asunto
decir que al definir los límites de
la sumisión tenemos que depender profundamente del Espíritu Santo. Al fin y al cabo si tuviéramos un libro de normas que
cubriera toda circunstancia de la
vida, no
necesitaríamos depender de nada.
El Espíritu Santo es un
agudo discernidor de los
pensamientos y de las intenciones del
corazón, tanto en las demás personas como en nosotros. El será para
nosotros un Maestro y Profeta que estará presente y nos instruirá en lo que
debemos hacer en cada situación.
Los actos de la sumisión
La sumisión y el servicio
funcionan de manera concurrente. Por tanto, gran parte de la manifestación práctica de la sumisión se tratará en el capítulo siguiente.
Hay, sin embargo, siete actos de sumisión que
debemos comentar brevemente.
El primer acto de sumisión es al
Dios trino. En el comienzo del día esperamos
delante del Padre,
del Hijo y
del Espíritu Santo, con las
palabras del que escribió el himno: "rendidos y
tranquilos". Las primeras
palabras de nuestro
día forman la oración
de Tomas de
Kempis: "Como Tú
quieras; lo que Tú
quieras; cuando Tú quieras"." Rendimos nuestro cuerpo, nuestra mente
y nuestro espíritu
a los propósitos
de él. De
igual manera, se pasa el día en
obras de sumisión intercaladas
con constantes exclamaciones de
rendición interna. Así
como las primeras palabras de
la mañana son de
sumisión, así son las últimas
palabras de la
noche. Entregamos nuestro
cuerpo, nuestra mente y
nuestro espíritu en las
manos de Dios
para que él haga con nosotros lo
que le plazca a través de la oscuridad.
El segundo acto
de sumisión es a
la Biblia. Así
como nos sometemos a la Palabra viviente de Dios (Jesús), nos sometemos
a la
Palabra escrita de Dios
(la Biblia). Nos
entregamos, primero, a oír la Palabra de Dios; segundo, a recibirla; y,
tercero, a obedecerla. Volvemos la mirada al Espíritu quien inspiró las
Escrituras, para que nos las interprete y aplique a nuestra condición. Las
palabras de la Biblia, animadas por el Espíritu Santo, viven con nosotros a
través del día.
El tercer acto
de sumisión es a la familia.
El lema para la familia debiera ser el siguiente: "No mirando cada uno por lo
suyo propio, sino
cada cual también por lo de
los otros" (Filipenses 2:4). Con
libertad y generosidad,
los miembros de la
familia se tienen en cuenta los unos a los otros. El primer deber de sumisión es
una dedicación a oír a los
demás miembros de la familia. Su corolario es una disposición a compartir, lo
cual en sí es una obra de sumisión.
El cuarto acto de sumisión es a
nuestros vecinos y a aquellas personas con quienes nos encontremos en el
transcurso de nuestra vida diaria. Hay
que llevar ante ellos una vida de sencilla bondad. Si
están en necesidad, los
ayudamos. Realizamos pequeños actos
de bondad, y manifestamos la cortesía ordinaria de buenos vecinos: compartiendo
la comida, el
cuidado de los niños,
cortando alguna vez el césped,
apartando un momento para
visitarlos, compartiendo nuestras herramientas con ellos. No hay tarea que
sea demasiado pequeña, demasiado trivial, pues cada una es una
oportunidad para vivir en sumisión.
El quinto acto de sumisión es a
la comunidad de creyentes, el cuerpo de
Cristo. Si hay trabajos que deben
cumplirse y tareas que deben
realizarse, debemos considerarlos
con detenimiento para ver si son
invitaciones de Dios para la vida de cruz. No podemos hacer todo, pero podemos
hacer algo. Algunas veces estas son cuestiones
que dependen de la
naturaleza de la organización, pero
con mucha frecuencia son
oportunidades espontáneas para
cumplir pequeñas tareas de servicio. Algunas veces puede haber llamados a
servir a la Iglesia universal, y si tal ministerio tiene confirmación en nuestros corazones, podemos someternos a él
con seguridad y reverencia.
El sexto acto de sumisión es a
los quebrantados y despreciados. En toda cultura hay "viudas y
huérfanos"; es decir,
personas desvalidas, indefensas
(Santiago 1:27). Nuestra
primera responsabilidad es estar entre estas personas. Como Francisco de
Asís en el siglo XIII y Kagawa en el
siglo XX, tenemos que descubrir
maneras para identificarnos genuinamente
con los oprimidos, los
rechazados. En esto
tenemos que practicar
la vida de cruz.
El séptimo acto
de sumisión es al mundo.
Vivimos en una comunidad
internacional interdependiente. No
podemos vivir aisladamente.
Nuestra responsabilidad para con el
ambiente, o la falta de ella, no sólo afecta a las personas que están en
todo el mundo, sino a las
generaciones que no han nacido. Las naciones que padecen hambre nos afectan
a nosotros. Nuestro acto de sumisión en este sentido es una determinación a
vivir como miembros responsables de un mundo que cada vez es más irresponsable.
Nota final
En nuestro tiempo ha surgido un problema
especial de sumisión en lo que se relaciona con la autoridad. El fenómeno que
estoy a
punto de describir es algo
que he observado
repetidamente. Cuando las
personas comienzan a
moverse hacia el mundo espiritual, ven que
Jesús enseña un concepto de autoridad que
va completamente contra el pensamiento,
de los sistemas del mundo. Llegan a percibir que esa autoridad no reside
en las
posiciones, ni en
los grados, ni en
los títulos, ni en las
posesiones, ni en ningún símbolo
externo. El método de Cristo va en una
dirección completamente distinta: es el método de la autoridad espiritual. Dios es quien establece y sostiene la autoridad espiritual. Las instituciones humanas pueden reconocer
esta autoridad o no; eso no establece ninguna diferencia. La persona que tiene
autoridad espiritual puede tener una posición externa de autoridad,
o puede no tenerla;
esto tampoco establece ninguna diferencia. La autoridad
espiritual se caracteriza por la compasión y el poder. Los que andan en el Espíritu pueden identificarla
inmediatamente. Saben, sin
ningún tipo de duda, que
la sumisión se debe a la palabra que se ha dado con autoridad espiritual.
Pero la dificultad está en lo siguiente: ¿qué diremos de las personas que están en
"posiciones de autoridad", y que no poseen
autoridad espiritual? Puesto
que Jesús dijo
claramente que la posición
no concede autoridad, ¿debe obedecerse a esta persona? ¿No pudiéramos
más bien descartar toda
autoridad humanamente establecida, y buscar la autoridad espiritual para
someternos sólo a ella? Este es el tipo
de preguntas que hacen las
personas que sinceramente quieren andar
en el camino del Espíritu. Son preguntas
legítimas y merecen
una cuidadosa respuesta.
La respuesta
no es simple,
pero tampoco es
imposible. La sumisión
revolucionaria nos ordenaría vivir en
sumisión a la autoridad humana
hasta el punto
en que ésta
se vuelva destructiva. Tanto
Pedro como Pablo llamaron a obedecer al estado pagano, pues entendieron
el gran bien que producía esta
institución humana. He descubierto que las "autoridades humanas" tienen
a menudo mucha
sabiduría que nosotros
descuidamos, con lo cual nos ponemos en peligro.
A esto agregaré razón, que
es mía, por la
cual debiéramos someternos a las personas que están en posiciones de
autoridad, aunque no conozcan la
autoridad espiritual. Debemos
hacerlo por elemental cortesía y
por compasión hacia la persona
que está en tan difícil
situación. Siento una profunda simpatía hacia los
individuos que están
en esa situación,
pues personalmente he estado en esa condición más de una vez.
El hecho de estar en autoridad es
una posición personal frustratoria, casi desesperada, y saber uno que sus
raíces no están lo suficientemente profundas en la
vida divina para imponer la
autoridad espiritual. Conozco el
sentimiento frenético que hace que una persona se pavonee, resople e invente
hábiles artimañas para manipular a las
personas a fin
de que obedezcan.
A algunos puede parecerles fácil reírse
de estas personas
y no tener en cuenta su
autoridad. A mí no. Yo lloro por ellas porque conozco el dolor interno y el
sufrimiento que hay que soportar al
vivir en tal contradicción.
Además, podemos orar por tales
individuos a fin de que sean llenos de nuevo poder y autoridad. También podemos
hacernos amigos de ellos y ayudarles en
todo lo que podamos. Si
practicamos la vida
de cruz delante
de ellos, pronto
descubriremos que ellos crecen en
poder espiritual, y nosotros también.