LA DISCIPLINA DE LA SUMISIÓN


El hombre cristiano es el señor más  libre de todos, y  no se somete a nadie; el hombre  cristiano es el siervo más obediente de todos, y se somete a todos.- Martín  Lutero


De todas las disciplinas espirituales, de ninguna se ha abusado  más que de la  disciplina de la  sumisión.  De algún modo, la especie humana tiene una extraordinaria habilidad para tomar la mejor enseñanza y torcerla para los fines peores. No hay nada que pueda someter al pueblo a esclavitud como la religión, y nada en la religión ha hecho tanto para manipular y destruir a las personas como una enseñanza deficiente sobre la sumisión. Por tanto, tenemos que abrirnos paso a través de esta disciplina con  gran  cuidado  y  discernimiento  a  fin  de  asegurarnos  que seamos ministros de vida,  y no de muerte.

Toda disciplina tiene su  correspondiente libertad. Si yo he estudiado el arte de la retórica, me siento libre para pronunciar un discurso conmovedor cuando la ocasión lo requiera. Demóstenes sólo se sintió libre para ser un orador cuando hubo pasado por la disciplina de hablar por encima del rugido del océano con guijarros  en  la  boca.   El   propósito de  las  disciplinas es dar libertad.   Nuestra  meta  es   la   libertad,   no  la  disciplina.   En  el momento en que hagamos de la disciplina nuestro enfoque central, nos apartaremos hacia la  ley y perderemos la  correspondiente libertad. Las  disciplinas  en  sí   no  tienen  ningún  valor.   Sólo tienen valor como medios para colocarnos delante de Dios, a fin de que él nos dé la  libertad que  buscamos. La liberación es el fin; las disciplinas son simplemente los medios.

Las disciplinas no son las respuestas; sólo nos conducen hacia la Respuesta. Tenemos que  entender claramente esta limitación de las disciplinas, si hemos  de evitar la  esclavitud.   No sólo tenemos que  entender esto, sino que necesitamos destacarlo para nosotros mismos vez tras  vez; tan  severa  es  la  tentación  de  concentrarnos  en  las disciplinas. Centrémonos para siempre en Cristo, y consideremos las disciplinas espirituales como una manera de acercarnos al corazón de él.         


La libertad que se halla en la sumisión

Dije que  toda  disciplina tiene su  correspondiente libertad. ¿Qué libertad le corresponde a la sumisión? La capacidad para descargar la terrible carga de siempre tener que obtener 10 que queremos:   La obsesión  de exigir que  las cosas se hagan de  la manera como las queremos es una de las mayores esclavitudes de la sociedad humana hoy. Hay  personas que pasarían semanas, meses y aun años en una perpetua agitación mental por el hecho de que  alguna cosita  no salió  como querían. Se incomodarían y se irritarían. Se disgustarían por ello. Actuarían como si   su  misma  vida  dependiera  de  ese  asunto.   Incluso,   pudiera producírseles una úlcera por esa causa.

En  la  disciplina de la  sumisión quedamos libre de dejar el asunto,   para olvidarlo.   Francamente, la  mayoría de  las cosas en la vida no son tan importantes como pensamos. Nuestra vida no se acabará si no sucede esto o aquello.

Si observaras estas cosas, verías, por  ejemplo,  que  en  casi todas las iglesias hay discusiones y se produce la  división por el hecho de que  las personas no tienen la  libertad de rendirse la  una a la  otra.  Insistimos en  que  lo que  está en juego es un asunto  crítico;   en  que  estamos  luchando  por  un  principio  sao grado.   Tal vez eso sea cierto. Generalmente no lo es. Con frecuencia  no  podemos   soportar   el   hecho  de  rendirnos   simplemente porque eso significaría que no logramos que las cosas se hagan  a  nuestra  manera.   Sólo la  sumisión nos  capacita para llevar ese  espíritu al   punto en  que  ya  no nos domina.   Sólo la sumisión puede  liberarnos suficientemente hasta el   punto de capacitarnos para  distinguir  entre  los asuntos  genuinos  y  la terquedad.

Si sólo llegáramos a comprender que la mayoría de las cosas de la  vida  no son asuntos fundamentales,   entonces podríamos tomarlas con moderación. Descubrimos que no son grandes cosas.   Frecuentemente decimos: "Bueno; a  mí   no  me  importa"; cuando  10 que realmente queremos dar a entender (y 10 que les comunicamos a los demás)  es que nos importa mucho. Aquí es precisamente donde  cuadra la  disciplina del  silencio tan bien como todas las demás disciplinas. Por lo general, la mejor manera de manejar la mayoría de las cosas con sumisión consiste en no decir nada. Hay la necesidad de un espíritu de gracia que lo abarque todo, más  que  cualquier clase  de palabras o de acción. Cuando así   10 hacemos,   libramos a otros y nos liberamos nosotros mismos.

La enseñanza bíblica sobre la sumisión se centra primariamente en  el  espíritu con el  cual vemos a  las  demás personas. La Escritura no intenta establecer una serie de relaciones jerárquicas,   sino  comunicarnos  una  actitud  interna  de  mutua subordinación. Pedro, por ejemplo, exhortó a los esclavos de su época  para que  estuvieran sujetos a  sus  amos  (I   Pedro  2:18). Este consejo parece innecesario mientras no comprendamos que es  muy  posible  obedecer  al   amo  sin  estar con un  espíritu de sujeción a él. Externamente podemos hacer lo que las personas nos pidan, e internamente estar en  rebelión contra ellas.  Ese interés  por  un  espíritu  de consideración  hacia  los demás  impregna todo el Nuevo Testamento. El antiguo pacto estipulaba que no debemos matar. Jesús, sin embargo, destacó el hecho de que el asunto real era el espíritu interno de matar con el cual vemos a las personas. Lo mismo ocurre con el asunto de la sumisión: El asunto real es el espíritu de consideración y deferencia que tengamos cuando estamos con los demás.

Con la sumisión quedamos al fin libres para evaluar a otras personas. Sus sueños y planes se vuelven importantes para nosotros.   Hemos  entrado  en  una  libertad  nueva,   maravillosa  y gloriosa,   la  libertad de renunciar a  nuestros propios  derechos por el bien de los demás.   Por primera vez podemos amar a las personas incondicionalmente. Hemos renunciado al derecho de que ellas nos devuelvan el amor.   Ya no sentimos que tenemos que ser tratados de cierta manera. Podemos regocijarnos por el 126   Alabanza a la disciplina   La disciplina de la sumisión éxito  de ellas.   Sentimos tristeza genuina cuando fracasan.   El hecho de que  nuestros planes se frustren es algo que  tiene pequeñas  consecuencias,   con tal   que de  ellos éxito. Descubrimos que es mucho mejor servir a nuestro prójimo que  lograr que  se haga nuestro capricho.

¿Has experimentado la liberación de renunciar a tus propios derechos?  Eso  significa que  quedas libre de esa ardiente ira y de esa  amargura que sientes cuando alguien no actúa hacia ti como tú piensas que debiera actuar. Significa que  al fin podrás romper esa  ley  ominosa del  comercio que  dice: "Tú  me  rascas la espalda, y yo te rasco la tuya; tú me revientas la nariz, y yo te reviento la tuya". Eso significa que tienes libertad para obedecer   el   mandamiento  de Jesús:   "Amad  a  vuestros  enemigos... y orad por los que os ultrajan y os persiguen" (Mateo  5:44). Significa  que  por   primera  vez entendemos  que  es  posible  renunciar al derecho de venganza: "... a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvela también la otra" (Mateo  5:39).


Una piedra de toque

Como tal vez lo habrás notado, he entrado en el tema de la sumisión  por   la  puerta  de  atrás.   Comencé  explicando  lo que hace  a  favor  de  nosotros  antes  de  definir lo que  es.   Eso  lo he hecho  con un  propósito.   La mayoría hemos  estado expuestos a una forma tan mutilada de sumisión bíblica, que  hemos  abrazado la  deformidad  o hemos   rechazado  por  completo  la disciplina. Hacer lo primero conduce al aborrecimiento de uno mismo; hacer lo último conduce  a  la  arrogancia. Antes de agarrarnos de los cuernos de este dilema, consideremos una tercera alternativa.

La piedra de toque para el entendimiento bíblico de la  sumisión  es  Marcos  8:34: "Y llamando  a  la  gente y  a  sus  discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en  pos de mí, niéguese a sí mismo,  y tome  su  cruz, y sígame". Casi   instintivamente retrocedemos de estas palabras. Nos sentimos mucho  más cómodos con expresiones como "satisfacción personal" y "realización, personal", que con pensamientos como el "renunciamiento". (En realidad, la  enseñanza de Jesús sobre  el renunciamiento es  lo. único que genuinamente puede traer la satisfacción personal y la  realización personal.)  La  negación de  uno  mismo  evoca en nuestras mentes toda-clase de imágenes de servilismo y de aborrecimiento de nosotros mismos. Nos imaginamos que muy ciertamente significa el rechazamiento de la individualidad y probablemente  conduzca   a   diversas   formas   de   mortificación  de nosotros mismos.

Por el contrario, Jesús nos llamó a negarnos a nosotros mismos sin que  nos  aborrezcamos.   La  negación de  uno  mismo  es un modo sencillo de llegar a entender que no tiene que hacerse lo que  a nosotros nos agrada. Nuestra felicidad no depende de lograr lo que  queremos.

El hecho de negarnos a nosotros mismos no significa la pérdida de nuestra identidad como suponen algunos. Sin nuestra identidad  ni   siquiera  pudiéramos  estar  sujetos  unos   a  otros. ¿Perdió  Jesús su  identidad cuando afirmó  su  rostro para ir al Gólgota? ¿Perdió 'Pablo su identidad cuando se dedicó a Aquel que  le  dijo: "porque yo le  mostraré cuánto  le es  necesario padecer  por mi nombre" (Hechos 9:16)? Por supuesto que  no. Sabemos  que   lo que   ocurrió  fue  lo contrario.   Ellos   hallaron  su identidad en el acto de renunciamiento.

Negarnos  a  nosotros  mismos  no  es  lo  mismo  que  despreciarnos a nosotros mismos. El hecho de despreciarnos a nosotros mismos  es  afirmar  que  no  tenemos  valor  alguno,   y  aun  si   lo tuviéramos lo rechazaríamos. El  hecho de negarnos a nosotros mismos es  declarar que  somos de  infinito valor y no muestra cómo comprenderlo.   El desprecio de nosotros mismos niega la bondad de la creación; la  negación de nosotros mismos afirma que en realidad es buena. Jesús declaró que  la capacidad para amarnos a  nosotros mismos es el requisito previo para extendernos a los demás (Mateo 22:39). Amarse a  uno  mismo  y negarse a uno  mismo  no son acciones  conflictivas. Jesús dijo claramente más de una vez que la negación de nosotros mismos es sólo una manera segura de amarnos a nosotros mismos. "El que halla su  vida,   la  perderá; y el que  pierde su  vida por causa de mí, la hallará" (Mateo  10:39).

De nuevo  tenemos que  destacar para nosotros mismos que el renunciamiento significa la  libertad para dar lugar a otros; Significa  poner  los  intereses  de  los  demás  por   encima  de  los propios.   En este  sentido, la negación de  nosotros  mismos  nos libra de la auto conmiseración. Cuando vivimos fuera de la negación de nosotros mismos, demandamos que las cosas se hagan a  nuestra  manera.   Cuando  no  se  hacen  así,   revertimos  a  la auto conmiseración. "[Pobre de mí!" Externamente podemos someternos,   pero  lo hacemos  con un  espíritu  de  mártires.   Este espíritu  de  compadecerse  de  uno  mismo,   de  martirio,   es  una señal cierta de que  la  disciplina de la  sumisión se ha echado a perder. Esa es la razón por la cual el renunciamiento es la base de esta disciplina; nos salva de la auto conmiseración.

A las personas modernas les parece sumamente difícil  leer a los grandes maestros de las devociones por cuanto ellos usan abundantemente el lenguaje del renunciamiento. Para nosotros es difícil estar accesibles a las siguientes palabras de Tomás de Kempis: "No tener opinión de nosotros mismos, y pensar siempre bien y altamente de los demás, es gran sabiduría y perfección".'  Luchamos cuando leemos las palabras de Jesús: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame" (Marcos 8:34). Todo esto se debe a que no hemos entendido la enseñanza de Jesús en el sentido de que el camino para la satisfacción de uno mismo pasa por la negación de uno mismo. Salvar la vida es perderla; perderla por causa de Cristo es  salvarla  (Marcos   8:35).   George   Matheson  introdujo  en  los himnos de la iglesia esta maravillosa paradoja de la satisfacción por medio de la negación de uno  mismo.

                              Cautívame, Señor,
                              y entonces seré  libre;
                              oblígame a entregar la  espada,
                              y seré  vencedor.
                              Yo decaigo con las  alarmas de la  vida
                              cuando estoy por mi cuenta.
                              Aprisióname entre tus brazos,
                              y fuerte será mi mano."

Tal vez la atmósfera ya se ha aclarado lo suficiente para que podamos echar una mirada al   renunciamiento como la  liberación que  realmente es. Tenemos que  estar convencidos de esto porque,  como ya  se dijo, la  negación de nosotros mismos es  la piedra de toque para la disciplina de la sumisión.


La sumisión revolucionaria tal como la enseñó Jesús

La enseñanza social más radical de Jesús fue la total reversión que hizo de la idea contemporánea de grandeza. El liderato se haya en llegar uno a ser siervo de todos. El poder se descubre en la sumisión. El símbolo supremo de esta radical servidumbre es la cruz. "[Jesús] se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta  la  muerte,   y muerte de  cruz"  (Filipenses  2:8). Pero  notemos esto: Cristo no sólo padeció  una muerte de cruz; él llevó una vida de cruz. El   camino de la cruz,  el camino de un siervo sufrido fue  esencial en su  ministerio. Jesús practicó la vida de cruz en la sumisión a los seres humanos semejantes a él. Él fue siervo de  todos.   El   rechazó de  plano los  títulos culturales que se daban al que estaba en posición de poder cuando dijo: "... no queráis  que  os  llamen  Rabí; ... Ni   seáis  llamados  maestros" (Mateo 23:8-10). Jesús hizo añicos las costumbres de su tiempo al   practicar la vida de  cruz,   al   tomar en  serio a  las mujeres y al estar dispuesto a encontrarse con los niños.   Practicó la  vida de cruz cuando tomó la toalla y les lavó los pies a sus discípulos. Este Jesús,   quien fácilmente hubiera podido pedir una legión de ángeles para que  acudieran a su defensa, prefirió la muerte en  la cruz del Calvario. La vida de Jesús fue una vida de cruz, de sumisión y servicio.   La muerte de Jesús fue una muerte de cruz para vencer por medio del   sufrimiento.

Es imposible exagerar el carácter revolucionario de la  vida de Jesús y de su  enseñanza sobre este punto. Eso  abolió el reclamo  de  una posición  y una condición de privilegio.  Eso  creó un  nuevo  orden  de  liderato.   La  vida  de  cruz  de Jesús  socavó todos  los  órdenes  sociales basados en  el   poder y  en  el   interés propio.

Como ya lo dije, Jesús llamó a sus seguidores a una vida de cruz. "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame" (Marcos  8:34).  El dijo claramente a sus discípulos: "Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de  todos,   y el   servidor de todos"  (Marcos  9:35). Cuando Jesús inmortalizó el principio de la vida de cruz al lavar los pies a sus discípulos, agregó: "Porque ejemplo os he dado,   para que  como yo os he  hecho,  vosotros también hagáis" (Juan 13:15).

La vida de cruz es la vida de la sumisión. Voluntaria. La vida de cruz es la vida que  libremente acepta hl servidumbre.

La subordinación revolucionaria  tal como se enseña en las epístolas del Nuevo Testamento

El ejemplo de Jesús y su llamamiento 8. seguir el camino de la cruz  en todas las formas  de  la  vida humana constituyen la base  de  la  enseñanza  de  las  epístolas  del   Nuevo  Testamento sobre la sumisión.   El   apóstol  Pablo basa el   imperativo:   "estimando cada uno  a  los demás como superiores a  él mismo";   en la sumisión y en el renunciamiento del Señor para nuestra salvación.   "... Se  despojó a  sí   mismo,   tornando forma  de  siervo" (Filipenses  2:4-7).   El   apóstol   Pedro,   en  la   mitad  de  sus  instrucciones sobre la sujeción, apeló directamente al   ejemplo  de Jesús como la  razón para la sujeción.   "Pues para esto fuisteis llamados;  porque también  Cristo padeció por   nosotros,   dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; ... quien cuando le maldecían,   no  respondía   con  maldición;   cuando  padecía,   no amenazaba,   sino   encomendaba  la   causa  al   que  juzga justamente" (l Pedro 2:21-23). Como prefacio a la haustafel de Efesios, leemos: "Someteos unos a otros en el temor de Dios (itálicas del  autor)" (Efesios  5:21). El  llamado a  los cristianos para que vivan la vida de cruz está arraigado en la vida de cruz del Señor mismo.

La  disciplina de la  sumisión ha sido terriblemente mal interpretada y  se ha  abusado de  ella por  falta  de  comprenderla en este contexto más amplio. La sumisión es un tema ético que. pasa por toda la  gama del  Nuevo Testamento. Es una postura obligatoria para todos  los cristianos: Tanto hombres como mujeres; tanto padres como hijos; tanto amos como esclavos. Se nos ordena  a  vivir  en  sujeción  porque  así   vivió  Jesús,   no  porque estemos en algún sitio específico o en alguna etapa de la vida. La  negación de  uno  mismo es  una  postura  adecuada para los que siguen al Señor crucificado. En todas partes de la haustafel, la   única  razón  obligatoria  para  la   sumisión  es  el   ejemplo  de Cristo.

Esta razón fundamental de la sumisión es asombrosa cuando la comparamos con otros escritos del primer siglo. Hay en éstos un constante llamado a la sumisión, por cuanto esa era la  manera "cómo los dioses  habían creado las cosas"; era una etapa en  la  vida.   Ni  uno solo de los escritores del Nuevo Testamento se  basa  en  eso  para  llamar  a  la  sumisión.   La  enseñanza  es revolucionaria. Ellos pasaron totalmente por alto todas las costumbres  contemporáneas  de  clase  superior   y  subordinada,   y llamaron  a  todos  a  que cada uno  estimara a  los demás "como superiores a él mismo" (Filipenses 2:3).

Las   epístolas  del   Nuevo  Testamento  llaman  primero  a  la subordinación a  aquellos que, en virtud de tener determinada cultura, ya están subordinados. "Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, ... Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, ... Siervos, obedeced en todo a vuestros amos  terrenales ..." (Colosenses 3:18-22 y pasajes paralelos). Lo revolucionario de esta enseñanza está en que se dirige a personas a quienes la cultura del   primer  siglo  no  les   ofrecía   ninguna  clase  de  alternativa, como si fueran libres agentes morales.   Pablo  les  concedió responsabilidad moral a aquellos que no teníl:\.n condición legal ni moral en  su  cultura.  El  hace  que  decidan aquellas personas a quienes se les prohibía tomar decisiones.

Es  asombroso el hecho de que  Pablo  loa llamó a la subordinación, puesto que ellos ya estaban subordinados en virtud del lugar  que  les  había  asignado  la  cultura  del   primer  siglo.   La única razón significativa de tal mandamiento fue  el  hecho  de que,   en virtud del mensaje del evangelio, ellos habían llegado a considerarse libres de un estado de subordinación en la sociedad.   El   evangelio  había  desafiado  a  todos   los  ciudadanos  de segunda clase, y ellos lo sabían. Pablo insta a la subordinación voluntaria, no porque esa era su condición de vida.... sino porque "conviene en el Señor" (Colosenses 3:18).

Este rasgo de dirigir la  enseñanza moral a los que  estaban subordinados culturalmente es también un contraste radical en la literatura contemporánea de aquel tiempo.   Los estoicos, por ejemplo,   sólo  se  dirigían  a  la  persona  del   estrato  social   más elevado, y la  animaban a hacer algo bueno, en esa posición superior que ya  tenía. Pero Pablo  habló primero a los individuos a los cuales su cultura decía que no se debía dirigir, y los llamó a la vida de cruz de Jesús.

Luego,   las   epístolas  del   Nuevo  Testamento se  vuelven al individuo culturalmente dominante de la  relación, y también lo llaman a la  vida de cruz de Jesús. El  imperativo a la subordinación es recíproco: "Maridos, amad a Vuestras mujeres, ... Padres, no exasperéis a vuestros hijos,   Amos, haced lo que es justo y recto con vuestros siervos   " (Colosenses 3:19-4:1 y pasajes paralelos). Muy ciertamente se sujetará que  el mandamiento que se dirige a la parte dominante no usa el lenguaje de  la  sumisión.   Lo que  no comprendemos es cuánta sumisión exigieron tales mandamientos a  la  parte dominante en  aquel ambiente cultural. Si un esposo, un padre o un amo del primer siglo obedecían  este mandamiento de Pablo,   eso hubiera producido una diferencia conmovedora en su conducta. La esposa, el hijo y el esclavo  del primer siglo no hubieran tenido que  cambiar  ni   un  ápice   para  poner  en  práctica  el   mandamiento  de Pablo.   Si   sobre   alguno  caía  el   aguijón  de  tal   enseñanza,   era sobre el individuo dominante."

Además,   necesitamos  comprender  que   los  imperativos  dirigidos a los esposos, a los padres y a los amos constituyen otra forma  de  renunciamiento.   Simplemente, son  otro  conjunto de palabras  que  comunican  la  misma  realidad,   es decir,   que  podemos estar libres de la necesidad de que  las  cosas se hagan a nuestra manera. Si un esposo ama a su esposa,   tendrá en consideración las  necesidades de ella. Estará dispuesto a rendirse a ella, a someterse a ella.   Queda libre para considerarla a ella como superior a sí mismo. Puede ver las necesidades de sus hijos y considerarlos a ellos como superiores a sí mismo  (Filipenses 2:3). En  Efesios,   Pablo  exhortó  a  los  esclavos   a  vivir  con  un espíritu  de gozo.... y   a  servir  con  voluntad y   disposición a  sus amos.   Luego exhortó a los amos: "Y vosotros,   amos,   haced con .ellos lo mismo" (Efesios 6:9). Tal pensamiento era increíble para los  oídos  del   primer  siglo.   Se  pensaba  que   los  esclavos   eran bienes  de  propiedad,   no  seres  humanos.   Sin  embargo,   Pablo aconsejó con autoridad divina que los amos tuvieran en cuenta las necesidades de sus esclavos.

Tal vez la  ilustración más perfecta de la  subordinación voluntaria sea la pequeña epístola que Pablo le envió a Filemón. Onésimo,   un  esclavo  de  Filemón y  que  se  había  escapado,   se convirtió  a  Cristo.   Voluntariamente  iba  de  regreso  a  casa  de Filemón, como parte de lo que para él significó ser discípulo de Cristo.   Pablo  instó  a  Filemón a  que  recibiera a  Onésimo, "no ya  como esclavo,   sino  como más  que  esclavo,   como hermano amado"  (Filemón  16). John  Yoder  observa:   "Esto  equivale  a decir que  Pablo  dio instrucciones a Filemón, con aquella clase de instrucción no coercitiva que es adecuada para un hermano cristiano ... con el fin de que pusiera en libertad a Onésimo".' Onésimo había de manifestar su  subordinación a Filemón, regresando.   Filemón debía manifestar su  subordinación a  Onésimo, poniéndolo en libertad. Los dos debían estar mutuamente subordinados por amor a Cristo (Efesios 5:21).

Las epístolas del Nuevo Testamento no consagraron las estructuras jerárquicas sociales que existían. Al universalizar el mandamiento a  la subordinación, hicieron que tales estructuras  se  volvieran  relativas,   y  las  socavaron.   Las  epístolas  llamaban  a  los  cristianos  a  vivir  como ciudadanos  de  un  nuevo· orden;   y  el   rasgo más fundamental   de  este nuevo orden es  la subordinación universal.


Los límites de la sumisión

Los límites de la disciplina de la sumisión están en los puntos en que se vuelve destructiva. Es entonces cuando llega a ser una negación de la ley del amor tal como la enseñó Jesús, y una afrenta  a  la  genuina  sumisión bíblica  (Mateo  5,   6,   7; y  especialmente 22:37-39).

Pedro llamó a los cristianos a la sumisión radical al estado, cuando escribió: "Por causa  del  Señor someteos a toda institución  humana,   ya  sea  al   rey,   como  a  superior,   ya  los  gobernadores ..." (1 Pedro 2:13,   14). Sin embargo, cuando el  gobierno legítimamente  autorizado de  su día  le  ordenó a  la iglesia naciente que dejara de  proclamar a  Cristo, Pedro contestó: ,"Juzgad si es justo delante de Dios obedecer  a. vosotros antes que a Dios;  porque  no  podemos  dejar de  decir  lo  que  hemos  visto  y oído" (Hechos 4:19,20). En una ocasión similar, Pedro dijo sencillamente: "Es  necesario obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hechos 5:29).

Al entender la  vida de cruz de Jesús, Pablo dijo: "Sométase toda persona a las autoridades superiores" (Romanos 13:1). Sin embargo, cuando Pablo vio que el estado no estaba cumpliendo la función  que  Dios le había ordenado  d   ~   administrar justicia a  todos,   lo llamó  a  cuentas e  insistió en  que  se  enderezara lo torcido (Hechos 16:37).

¿Se estaban oponiendo estos hombres a su propio principio de  renunciamiento y sumisión?  No. Ellos simplemente entendieron que la sumisión llega al  límite de sus fuerzas cuando se vuelve  destructiva.   De  hecho,   ilustraron la  subordinación revolucionaria   al   negarse  mansamente  a   obedecer   un  mandamiento destructivo y a estar dispuestos a sufrir las consecuencias.   El   pensador   alemán   Johannes   Hamel   dijo   que   la subordinación  incluye  "la  posibilidad  de  una  resistencia  impulsada por el espíritu, de una apropiada desautorización y un rechazamiento, con la disposición de aceptar el sufrimiento en este punto específico o en  aquel","

Algunas veces es fácil   ver los límites de la sumisión. A una esposa se  le  pide que golpee a  su hijo  sin razón alguna.   A un niño se le pide  que ayude a un adulto en una práctica ilegal. A un ciudadano se le pide que viole  los dictados de la Biblia y de la conciencia por causa del  estado. En cada uno de estos casos, el discípulo se  niega, no de manera arrogante, sino con un espíritu de humildad y sumisión.

Con  frecuencia  es  sumamente  difícil   definir cuáles son los límites de la sumisión. ¿Qué diremos del cónyuge que se siente sofocado y no puede lograr la satisfacción personal a causa de la  carrera  profesional   del   otro  cónyuge?  ¿Es   esta  una  forma legítima de renunciamiento o una forma destructiva? ¿Qué diremos del profesor que califica injustamente al estudiante? ¿Se somete  el   estudiante,   o resiste?  ¿Qué  diremos  del   patrón que promueve  a  sus  empleados  basado  en  el   favoritismo  y  en  los intereses creados? ¿Qué  hace el  empleado que es  despojado de su  ascenso  correspondiente,   especialmente  si   este  ascenso  es necesario para el bien de su familia?

Estas son  preguntas sumamente complicadas por  el   hecho de que las relaciones humanas son complicadas. Son preguntas que  no  exigen  respuestas  simplistas.   No  existe  nada  que  se llame la ley de la sumisión, que cubra toda situación. Tenemos que volvernos muy escépticos con respecto a todas las leyes que aparentan manejar toda circunstancia. La ética casuista siempre fracasa.

No es una evasión del asunto decir que al definir los límites de  la  sumisión tenemos que  depender profundamente del   Espíritu Santo. Al fin y al  cabo si tuviéramos un libro de normas que cubriera toda circunstancia de  la vida,  no  necesitaríamos depender  de  nada.   El   Espíritu Santo es  un  agudo  discernidor de los pensamientos y de las intenciones del  corazón, tanto en las demás personas como en nosotros. El será para nosotros un Maestro y Profeta que estará presente y nos instruirá en lo que debemos hacer en  cada situación.


Los actos de la sumisión

La sumisión y el servicio funcionan de manera concurrente. Por tanto, gran parte de la  manifestación práctica de la  sumisión se tratará en el capítulo siguiente. Hay, sin embargo, siete actos de sumisión que  debemos comentar brevemente.

El primer acto de sumisión es al Dios trino. En el comienzo del   día  esperamos  delante  del   Padre,   del   Hijo  y  del   Espíritu Santo, con las palabras del   que  escribió el himno: "rendidos y tranquilos".   Las  primeras  palabras  de  nuestro  día  forman  la oración  de  Tomas   de  Kempis:   "Como  Tú  quieras;   lo  que  Tú quieras; cuando Tú quieras"." Rendimos nuestro cuerpo, nuestra  mente  y  nuestro  espíritu  a  los  propósitos  de  él.   De  igual manera,  se pasa el   día en  obras de  sumisión intercaladas con constantes  exclamaciones  de  rendición  interna.   Así   como  las primeras palabras  de  la  mañana son  de  sumisión, así  son  las últimas   palabras   de   la   noche.   Entregamos   nuestro   cuerpo, nuestra  mente  y  nuestro  espíritu en  las  manos  de  Dios  para que  él haga con nosotros lo que  le plazca a través de la oscuridad.

El segundo  acto  de  sumisión es  a  la  Biblia.   Así   como nos sometemos a la Palabra viviente de Dios (Jesús), nos sometemos a  la  Palabra  escrita de  Dios  (la  Biblia).   Nos  entregamos,   primero, a oír la  Palabra de Dios; segundo, a recibirla; y, tercero, a obedecerla. Volvemos la mirada al Espíritu quien inspiró las Escrituras, para que nos las interprete y aplique a nuestra condición. Las palabras de la Biblia, animadas por el Espíritu Santo, viven con nosotros a través del día.

El   tercer acto  de sumisión es a  la  familia.   El   lema para la familia  debiera ser el  siguiente: "No  mirando cada uno  por  lo suyo  propio,   sino  cada cual también  por  lo de  los otros"  (Filipenses  2:4). Con  libertad  y  generosidad,   los   miembros  de  la familia se tienen en cuenta los unos a los otros. El primer deber de  sumisión es  una dedicación a  oír  a  los demás miembros de la familia.   Su  corolario es una disposición a compartir, lo cual en  sí es una obra de sumisión.

El cuarto acto de sumisión es a nuestros vecinos y a aquellas personas con quienes nos encontremos en el transcurso de nuestra vida diaria.   Hay que  llevar ante ellos  una vida de sencilla bondad.   Si  están en  necesidad,   los  ayudamos.   Realizamos pequeños actos de bondad, y   manifestamos la  cortesía ordinaria de  buenos vecinos:   compartiendo  la  comida,   el   cuidado  de  los niños,   cortando alguna  vez el   césped,   apartando un  momento para visitarlos, compartiendo nuestras herramientas con ellos. No hay tarea  que  sea demasiado  pequeña,  demasiado trivial, pues cada una es una oportunidad para vivir en sumisión.

El quinto acto de sumisión es a la  comunidad de creyentes, el cuerpo de Cristo. Si hay trabajos que  deben cumplirse y tareas  que   deben  realizarse,   debemos  considerarlos  con  detenimiento para ver si son invitaciones de Dios para la vida de cruz. No podemos hacer todo, pero podemos hacer algo. Algunas veces estas  son  cuestiones  que  dependen de  la  naturaleza de  la  organización,   pero  con  mucha frecuencia  son  oportunidades  espontáneas para cumplir pequeñas tareas de servicio. Algunas veces puede haber llamados a servir a la Iglesia universal, y si tal ministerio tiene confirmación en  nuestros corazones, podemos someternos a él con seguridad y reverencia.

El sexto acto de sumisión es a los quebrantados y despreciados. En toda cultura hay "viudas y huérfanos"; es decir,   personas  desvalidas,   indefensas   (Santiago  1:27).   Nuestra  primera responsabilidad es estar entre estas personas. Como Francisco de Asís  en el siglo XIII y Kagawa en el siglo XX, tenemos que descubrir  maneras  para  identificarnos  genuinamente  con  los oprimidos,   los   rechazados.   En  esto  tenemos  que   practicar  la vida de cruz.

El   séptimo acto  de sumisión es  al   mundo.   Vivimos en una comunidad  internacional  interdependiente.   No  podemos vivir aisladamente.   Nuestra responsabilidad para con el   ambiente, o la falta de ella, no sólo afecta a las personas que están en todo el mundo,   sino  a  las generaciones que  no han nacido.   Las naciones que padecen hambre nos afectan a nosotros. Nuestro acto de sumisión en este sentido es una determinación a vivir como miembros responsables de un mundo que cada vez es más irresponsable.

Nota final

En  nuestro tiempo ha surgido un problema especial de sumisión en lo que se relaciona con la autoridad. El fenómeno que estoy  a  punto de  describir es  algo  que  he  observado  repetidamente.   Cuando  las   personas   comienzan  a   moverse   hacia  el mundo espiritual, ven  que  Jesús enseña un concepto  de  autoridad que  va  completamente contra el pensamiento, de los sistemas del mundo. Llegan a percibir que esa autoridad no reside en  las  posiciones,   ni   en  los grados,   ni   en  los títulos,   ni  en  las posesiones, ni  en ningún símbolo externo. El método  de Cristo va en una dirección completamente distinta: es el método de la autoridad espiritual.  Dios es quien establece y sostiene la  autoridad espiritual.   Las instituciones humanas pueden reconocer esta autoridad o no; eso no establece ninguna diferencia. La persona que tiene autoridad espiritual puede tener una posición externa de  autoridad,   o puede  no  tenerla;   esto  tampoco  establece ninguna diferencia. La autoridad espiritual se caracteriza por la compasión y el poder. Los que  andan en el Espíritu pueden  identificarla  inmediatamente.   Saben,   sin  ningún  tipo  de duda, que  la  sumisión se debe  a la palabra que  se ha dado con autoridad espiritual.

Pero  la dificultad está en lo siguiente: ¿qué  diremos de las personas que  están en  "posiciones de autoridad", y que  no poseen  autoridad  espiritual?  Puesto  que  Jesús  dijo  claramente que  la  posición  no concede  autoridad,   ¿debe obedecerse a esta persona? ¿No  pudiéramos  más  bien descartar  toda  autoridad humanamente establecida, y buscar la autoridad espiritual para someternos sólo a ella? Este es el tipo  de preguntas que  hacen las personas que  sinceramente quieren andar en  el camino del Espíritu.   Son  preguntas  legítimas  y  merecen  una  cuidadosa respuesta.

La  respuesta  no  es  simple,   pero  tampoco  es  imposible.   La sumisión revolucionaria nos ordenaría vivir en  sumisión a  la autoridad humana hasta  el   punto  en  que  ésta  se  vuelva destructiva. Tanto Pedro  como Pablo llamaron a  obedecer al estado pagano, pues entendieron el gran bien que  producía esta institución humana.   He  descubierto que  las "autoridades humanas"  tienen  a  menudo  mucha  sabiduría  que  nosotros  descuidamos, con lo cual nos ponemos en peligro.

A esto  agregaré razón,   que  es mía,  por  la  cual debiéramos someternos a las personas que están en posiciones de autoridad, aunque  no conozcan  la  autoridad espiritual.  Debemos hacerlo por  elemental  cortesía y  por   compasión hacia la  persona  que está en tan difícil  situación. Siento una profunda simpatía hacia  los  individuos  que  están  en  esa  situación,   pues  personalmente he  estado en esa condición más de una vez. El  hecho de estar en  autoridad es  una  posición personal  frustratoria,   casi desesperada, y saber uno que  sus  raíces no están lo suficientemente profundas en  la  vida divina para imponer la  autoridad espiritual.  Conozco el sentimiento frenético que  hace que  una persona se pavonee, resople e invente hábiles artimañas para manipular  a  las  personas  a  fin  de  que   obedezcan.   A  algunos puede  parecerles fácil   reírse  de  estas  personas  y  no tener en cuenta su autoridad. A mí no. Yo lloro por ellas porque conozco el dolor interno y el sufrimiento que  hay que  soportar al  vivir en  tal contradicción.


Además, podemos orar por tales individuos a fin de que sean llenos de nuevo poder y autoridad. También podemos hacernos amigos de ellos y ayudarles en  todo lo que  podamos. Si practicamos   la  vida  de  cruz  delante  de  ellos,   pronto  descubriremos que  ellos crecen en poder  espiritual, y nosotros también.