LA DISCIPLINA DEL AYUNO



Algunos   han   exaltado  el   ayuno   religioso  más   allá   de  la enseñanza bíblica y de la razón; y otros lo han  descartado totalmente.
-John Wesley

               En una cultura en que el paisaje está salpicado de altares a los arcos  de oro  de  McDonald’s y a  cierta clase  de templos de tortas de  pizza,   el  ayuno parece estar fuera  de lugar, fuera de moda. De hecho, el ayuno ha sido una controversia tanto dentro como fuera de la  iglesia durante muchos años.   Por ejemplo,   en la  investigación que  hice  no pude hallar un solo libro sobre  el tema del   ayuno, escrito entre  1861 y  1954, un período de casi cien  años.   Recientemente se ha desarrollado un nuevo interés en  el ayuno, aunque con frecuencia se manifiesta dogmático y carece de equilibrio bíblico.

               ¿Qué  explicaría  este  rechazamiento  casi   total   de  un  tema tan  frecuentemente  mencionado  en  la   Biblia  y  tan  ardientemente practicado por  los cristianos a través de los siglos?  Hay dos  cosas.   En  primer  lugar,   el   ayuno  consiguió  una  mala  reputación como resultado de las  excesivas prácticas ascéticas de la  Edad Media. Con la declinación de la  realidad interna de la fe cristiana, se desarrolló una creciente tendencia a hacer hincapié sólo en lo que quedaba: la forma externa. Y cada vez que hay una forma desprovista de poder espiritual, la  ley ocupa el puesto,   pues  la  ley  siempre tiene consigo  un  sentido de  poder manipulador.   De  ahí   que   el   ayuno  fuera  sometido  a  los  más rígidos  reglamentos  y  practicado  con extrema mortificación y flagelación. La cultura moderna ha reaccionado vigorosamente contra  esos  excesos  y  ha  tendido  a  confundir el   ayuno  con  la mortificación.

               Hay una segunda razón por la cual el ayuno pasó por épocas difíciles el siglo  pasado. La constante propaganda que nos  atosiga sobre la alimentación hoy nos ha convencido de que,   si no tomamos las debidas comidas al día y aún más, estamos al borde de  morir de  hambre.   Esto,  unido  a  la creencia popular de  que satisfacer todo  apetito humano es  algo  positivo, ha hecho que el   ayuno  parezca  obsoleto.   A cualquiera  que  intente  en  serio ayunar, se lo bombardea con objeciones:  “Entiendo que ayunar es  algo  dañino para tu salud”.  “Eso debilitará tu fuerza hasta el   punto de  no  poder trabajar.”  “¿No destruiría eso  los tejidos saludables de tu cuerpo?” Todo esto, por supuesto, son absolutas necedades  basadas  en  el   prejuicio.   Aunque  el  cuerpo humano sólo  puede  sobrevivir un  corto  tiempo  sin  aire  o agua,   puede permanecer durante muchos días-generalmente alrededor de cuarenta-antes que comience el síndrome clínico  del hambre. Sin necesidad de  suscribir las afirmaciones exageradas de  algunos  grupos,   no  es  exagerado decir que el   ayuno  puede  producir efectos   físicos  beneficiosos,   cuando  se  practica en forma correcta.

               La  Biblia dice  mucho  acerca del   ayuno.   Haríamos bien en echar de nuevo una mirada a esta antigua disciplina.   La  lista de los personajes bíblicos que  ayunaron llega a ser un informe sobre “Quién es  quién”  en  la Escritura:   Moisés,   el   legislador; David,   el   rey;   Elías,   el   profeta;   Ester,   la  reina;   Daniel,   el   vidente;   Ana,   la  profetisa;   Pablo,   el   apóstol;   Jesucristo,   el   Hijo encarnado. Muchos de los grandes cristianos a través de la historia de  la iglesia  ayunaron y dieron testimonio del   valor del ayuno; entre ellos podemos  mencionar a  Martín Lutero, Juan Calvino,   Juan  Knox,   John  Wesley;   Jonatán  Edwards,   David Brainerd, Charles Finney y el pastor Hsi, de China.

               El ayuno, por supuesto, no es una disciplina exclusivamente cristiana; todas las religiones principales del mundo reconocen su mérito.   Zoroastro  practicó el   ayuno,   y también  Confucio,   y los Yogis de la India.   Platón, Sócrates y Aristóteles ayunaron. Hasta Hipócrates, el padre de  la  medicina  moderna,   creyó  en el   ayuno.   Ahora bien,   el   hecho  de  que  todos  estos  individuos, dentro y fuera de la Escritura, tuvieran el ayuno en alta estima. no hace que sea bueno, ni  siquiera deseable; pero  debiera obligarnos  a  hacer  una  pausa  suficiente  para  estar  dispuestos  a reevaluar  las  suposiciones  populares  de  nuestro  día  con  respecto a la disciplina del  ayuno.

El ayuno en la Biblia


               En  toda  la   Biblia,   el   ayuno  se  refiere  a  la  abstención  del alimento con propósitos espirituales. Se distingue de la huelga de hambre, cuyo propósito es el  de lograr el poder político o el de atraer la atención hacia una buena causa.   También se distingue de la  dieta para la  salud, que destaca la abstinencia de alimentos, pero con propósitos físicos y no espirituales. A causa de la  secularización de  la  sociedad  moderna,   el   “ayuno” -en caso de  que  se  haga algunoestá motivado por   la  vanidad o por el deseo de poder.   Con esto no estoy diciendo que  estas formas  de “ayuno” son  necesariamente malas, sino que su objeto es distinto del  que prescribe la Biblia. El  ayuno bíblico siempre se centra en  propósitos espirituales.

               Según la Escritura, la  manera normal de ayunar consistía en  abstenerse de  toda clase de  alimento, sólido  o líquido, pero no del   agua.   En el  ayuno  de  cuarenta días  que  hizo Jesús,   se nos  dice  que  “no  comió  nada”,   y  que  al   final   del   ayuno “tuvo hambre”,   y  que  Satanás  lo  tentó  a   comer,   y  en  la  tentación indicó la abstención del alimento, pero no del agua (Lucas 4:213). Desde el punto de vista físico, esto es lo que generalmente implica el ayuno.

               Algunas veces se describe lo que pudiéramos considerar como un  ayuno parcial; es  decir,   hay restricción de  la  dieta,   pero  no abstención total. Aunque el profeta Daniel parece que tenía la costumbre de  ayunar normalmente,   se  menciona una  ocasión en  que,   durante tres semanas, según él,   “No  comí  manjar delicado,   ni   entró en  mi   boca  carne  ni   vino,   ni   me  ungí  con  ungüento” (Daniel  10:3). No se nos dice la razón por la cual él  se apartó de su práctica normal de ayunar: Tal   vez sus tareas de gobierno se lo impedían.

               Hay también varios ejemplos en la  Biblia de  lo que correctamente se ha llamado un “ayuno absoluto”, es decir, una abstención total tanto de alimento así como de agua. Parece haber sido una medida desesperada para hacer frente a una emergencia   abrumadora.   Ester,   al   saber  que  a  ella  y  a  su  pueblo  les esperaba la ejecución, le dio las siguientes instrucciones a Mardoqueo:   “Vé Yreúne a todos los judíos ... , y ayunad por mí,   y no  comáis  ni   bebáis en  tres días,   noche y  día;   yo también con mis   doncellas   ayunaré   igualmente, ... “   (Éster   4:16).   Pablo, después de  su  encuentro con el   Cristo viviente, se dedicó  a un ayuno absoluto de tres días (Hechos 9:9). Puesto que el cuerpo humano  no  puede  permanecer sin agua  por   más  de  tres  días, tanto  Moisés  como  Elías  se  empeñaron  en  ayunos  que  deben considerarse  sobrenaturales  de  cuarenta  días   (Deuteronomio 9:9;  1 Reyes  19:8). Tiene que destacarse que el  ayuno absoluto fue   excepcional   y  que  no  debe  practicarse  a   menos   que  uno reciba  un  mandamiento  muy  claro  de  Dios,   y  que  no  pase  de tres días.

               En la mayoría de  los  casos, el   ayuno es un asunto privado entre el   individuo y Dios.   Hay,   sin embargo,   ocasiones en  que hubo ayunos de grupo o públicos. El  único ayuno público anual que  exigía la  ley  de  Moisés era el   del   día de la expiación (Levítico 23:27). Ese debía ser el día  del calendario judío en que el pueblo  debía  entristecerse  y  afligirse  como  expiación  por   sus pecados. (¡Gradualmente se agregaron otros  días de ayuno hasta que llegó  el   día en  que había más de  veinte!) Además,   se convocaba a ayunos en  tiempos en  que había emergencias de grupos   o  a   nivel   nacional.   “Tocad  trompeta  en   Sion,   proclamad ayuno,   convocad  asamblea”   (Joel   2:15).   Cuando Judá  fue   invadido, el rey Josafat convocó a la nación al  ayuno (2 Crónicas 20:1-4). En respuesta a la predicación de Jonás, toda la ciudad de Nínive, incluso los animales -involuntariamente-, ayunó. Antes  de  regresar  Esdras  a  Jersualén,   hizo  que  los  exiliados ayunaran y oraran por la seguridad en  el viaje por un camino infestado de bandidos (Esdras 8:21-23).

               El   ayuno  en  grupo  puede  ser  algo  maravilloso  y  poderoso siempre  que  haya un  pueblo  preparado  que  esté  unánime en estos asuntos. Las iglesias u otros grupos que tengan problemas serios,   pudieran  resolverlos sustancialmente por medio  de  un grupo  unificado  en  oración  y  ayuno.   Cuando un  número suficiente de personas entienden correctamente lo que implican la oración  y  el   ayuno,   un  llamado  nacional   a   orar  y  a   ayunar pudiera también dar resultados beneficiosos. En 1756, el rey de Inglaterra  convocó  a  un  solemne  día  de  oración  y  ayuno  por causa de que los franceses amenazaban con una invasión. John Wesley registró en  su diario el 6 de febrero:

               El día de ayuno fue un  día glorioso, como raras veces lo ha visto  Londres   desde  la  restauración.   Todas  las  iglesias  de  la ciudad  estaban más  que  llenas, y en  los rostros había una solemne seriedad. Ciertamente Dios oye la oración,  y habrá aún una prolongación de nuestra tranquilidad.

                En una nota marginal él escribió: “La humildad se tornó en regocijo nacional, pues la amenaza de invasión por parte de los franceses fue  desviada”.

               A través de la historia también se desarrollaron lo que pudiera llamarse ayunos regulares. En el  tiempo de  Zacarías, se habían  desarrollado  cuatro  ayunos  regulares  (Zacarías  8:19). La jactancia del fariseo, en la parábola de Jesús, evidentemente indica la  práctica  de  su  tiempo:   “... ayuno  dos  veces   a  la  semana” (Lucas 18:12).* La  Didache instaba a observar dos ayunos semanales: uno el miércoles y otro el viernes. En el Segundo Concilio de  Orleáns, en  el siglo VI,   se estableció obligatorio el ayuno regular. John Wesley trató de revivir la enseñanza de la Didache e  instó a  los  primeros  metodistas a  ayunar los  miércoles  y  los  viernes.   Él   tenía  un  sentimiento  tan  fuerte  sobre esta materia que, de hecho, se negaba a ordenar para el ministerio metodista a cualquiera que no observara estos dos días de ayuno.

               El ayuno regular o semanal ha producido tan profundo efecto en  la vida de  algunos, que  ellos han tratado de hallar alguna base bíblica para poderlo promover insistentemente entre todos los cristianos. La  investigación ha sido en  vano. Simplemente, no hay normas bíblicas que establezcan el ayuno regular. Nuestra libertad en el   evangelio, sin embargo,  no  significa libertinaje,   sino  oportunidad.   Puesto que no  hay leyes que nos  obliguen, estamos libres para ayunar cualquier día. Para el apóstol Pablo,   la   libertad  significó  que  se  dedicó  a  “muchos  ayunos” (2 Corintios 11:27). Siempre debemos tener en mente el consejo apostólico:   “... no   uséis   la   libertad   como  ocasión   para   la carne, ...” (Gálatas 5:13).

               Hay  una  disciplina que  ha ganado  cierta popularidad hoy por hoy y que es semejante al ayuno, pero no idéntica. Se le da el nombre de “vigilias” y se basa en el uso que hizo Pablo de la palabra “desvelos”, en relación con sus sufrimientos por la causa de Cristo (2 Corintios 6:5; 11:27). Es una abstención del  sueño a fin de atender a la oración y a otros deberes espirituales. No hay ninguna indicación de que esto tenga alguna relación fundamental con el ayuno;   [de otro  modo estaríamos confinados  a ayunos  verdaderamente  cortos!  Aunque  las   “vigilias”  pueden tener valor, y algunas veces Dios puede llamarnos a pasar tiempo sin dormir por causa de necesidades específicas, debemos tener el cuidado  de no convertir cosas que  sólo tienen un leve precedente bíblico en obligaciones mayores. Siempre debemos  tener delante de nosotros la advertencia de Pablo, pues en cualquier discusión sobre las disciplinas,   descubriremos  muchas cosas que “... tienen a la  verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario,   en  humildad  y  en  duro  trato  del   cuerpo;   pero  no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne” (Colosenses 2:23).

¿Es el ayuno un  mandamiento?


               Un asunto que comprensiblemente preocupa a muchas personas es saber si, según la  Escritura, los cristianos están obligados a ayunar. Se han hecho numerosos intentos de responder a  esta  pregunta  y,  como resultado,   se  han  obtenido  diversas conclusiones. Una de las  mejores defensas de la respuesta afirmativa fue escrita por Thomas Cartwright en 1580, en un libro algo clásico en este campo, titulado The Holy Exercise of a True Fast.

               Aunque hay muchos  pasajes bíblicos que  se refieren a este tema, dos se destacan por su importancia. El primero contiene la  sorprendente enseñanza de Jesús sobre  el ayuno en  el Sermón  del   Monte. * Hay dos factores  que  influyen directamente sobre  el   asunto  que   tenemos  entre  manos.   La  enseñanza  de Jesús sobre  el ayuno estuvo directamente en el contexto de su enseñanza  sobre  dar  limosnas  y  sobre  la  oración.   Es  como si hubiera una suposición casi   consciente de que  las  acciones de dar, orar y ayunar son todas parte de la devoción cristiana. No habría más  razón para excluir el ayuno de la enseñanza que la que habría para excluir el dar limosnas ola oración. En segundo lugar, Jesús declaró:   “Cuando ayunéis, ... “ (Mateo  6:16). Parece suponer que el pueblo ayunaba, y que lo que se necesitaba era  instrucción  sobre   cómo hacerlo  apropiadamente.   Martín Lutero dijo: “No fue la  intención de Cristo rechazar ni  despreciar   el   ayuno ... su   intención  fue   restaurar   el   ayuno  apropiado”.

               Habiendo dicho esto, sin embargo, tenemos que pasar a comprender que  esas palabras de Jesús no constituyen un mandamiento. Jesús estaba dando instrucciones para el ejercicio apropiado de una práctica común de su día. El no dijo ni una palabra en cuanto a si era una práctica correcta o si debía continuarse o no. Así que, aunque Jesús no dijo: “Si ayunáis”, tampoco dijo: “Tenéis que ayunar”.

               La  segunda  declaración  decisiva  de  Jesús  con  respecto  al ayuno se  produjo  en  respuesta a  la  pregunta que  hicieron los discípulos  de Juan el   Bautista.   Perplejos por  el  hecho  de  que tanto ellos  como los fariseos  ayunaban,   pero  los discípulos  de Jesús no, preguntaron: “¿Por qué ...?” Jesús respondió: “¿Acaso pueden  los  que   están  de  bodas   tener  luto  entre  tanto  que  el esposo está con ellos?  Pero  vendrán días  cuando el   esposo les será quitado, y entonces ayunarán” (Mateo  9:15). Tal   vez esta sea  la  declaración  más  importante  que  se  halla  en  el   Nuevo Testamento sobre si los cristianos deben ayunar hoy día.

               Con la venida de Jesús había llegado un nuevo día.  El reino de  Dios  había  llegado  a  estar  entre  los  discípulos,   con  poder presente.   El   Esposo  estaba  en  medio  de  ellos;   era un  tiempo para  alegrarse  y  no  para  ayunar.   Sin  embargo,   llegaría  un tiempo en que sus discípulos ayunarían, aunque no en  conformidad con el legalismo del   antiguo orden.
Lo más natural  es  interpretar que  los  días  en  que los  discípulos de Jesús ayunarían corresponden a  la presente era de la iglesia, en  vista de la  intrincada relación que esto  tiene con la declaración de Jesús sobre los odres del reino de Dios, la cual viene inmediatamente (Mateo 9:16,17). Arthur Wallis sostiene que en  este caso Jesús se refiere a la actual era de la iglesia, y no sólo al  período de tres días que transcurrió entre su muerte y su resurrección. El concluye su argumento con las siguientes palabras:

               Por  lo tanto nos  vemos obligados a referirnos a los días de su ausencia como al período de esta era, del tiempo que  ascendió al   Padre hasta  que  vuelva otra vez desde el   cielo.   Es  evidente  que  así   lo  comprendieron  sus  apóstoles  porque  no  fue sino  hasta  después  de  su  ascensión  al   Padre  que  leemos  que ayunaron. Hechos 13:2, 3.

               Antes de partir, el esposo les prometió que vendría otra vez para  recibirlos  a   sí   mismo.   La   Iglesia  todavía  espera  oír   el clamor  de   medianoche:   “¡Aquí   viene  el   esposo;   salid  a   recibirle!” (Mateo 25:6). Es ésta la era de la  Iglesia la  cual constituye el período del esposo ausente. Es ésta la era de la  Iglesia a  la  cual  se  refirió  nuestro  Señor cuando dijo: “entonces ayunarán”. [Ahora es el  tiempo!”

               No hay manera de escapar de la fuerza que Jesús imprimió a sus palabras en dicho pasaje. Dijo claramente que él esperaba que  sus  discípulos ayunaran  cuando él   se  marchara.   Aunque las palabras no  se  expresaron en forma  de  mandamiento,   eso sólo se debió a un tecnicismo semántico. De este pasaje se desprende claramente que Cristo apoyó  la disciplina del   ayuno, y que él previó que sus seguidores ayunarían.

               Tal   vez  sea  mejor  evitar  el   término  mandamiento,   puesto que en  el sentido más estricto Jesús no mandó ayunar. Pero es obvio que él procedió basado en el principio de que los hijos del reino de Dios ayunarían. Para la persona que anhela un andar más íntimo con Dios,  estas declaraciones de Jesús son  atractivas.

               ¿Dónde están hoy las personas que responderán al  llamado de Cristo? ¿Nos hemos acostumbrado tanto a la “gracia barata” que,   instintivamente,   huimos  de   los  exigentes  llamados  a  la obediencia? La  “gracia barata es un gracia sin discipulado, sin cruz”.’ ¿Por qué el hecho de dar dinero, por ejemplo, ha sido un elemento   indiscutiblemente   reconocido   en   la   devoción   cristiana,  y el   ayuno ha sido tan debatido? Ciertamente, tenemos tantas  evidencias  bíblicas  a  favor  del   ayuno  como  las  que  tenemos  a  favor  de  dar  dinero,   y tal  vez haya más  evidencias a favor  del   ayuno.   Quizá en  nuestra sociedad en que se  destaca la abundancia, el  ayuno represente un  sacrificio mayor que el dar dinero.

El propósito del ayuno


               Es un hecho solemne el  comprender que en la primera declaración que Jesús  hizo  acerca del   ayuno  se  refirió  al   motivo (Mateo 6:16-18). El  uso de las cosas buenas para nuestros propios fines  es siempre la  señal de la religión falsa.   ¡Qué fácil   es tomar algo como el ayuno y tratar de usarlo para obligar a Dios a  hacer  lo que  nosotros  queremos!  A  veces  se  hace tanto hincapié en  las bendiciones y en los beneficios del   ayuno, que nos sentimos tentados a creer que con un poco de ayuno pudiéramos tener al  mundo, e incluso a Dios, comiendo de lo que les demos con nuestra propia mano.

               El ayuno tiene que centrarse perdurablemente en Dios. Tiene que  ser iniciado por Dios y ser ordenado por  él.   Como la profetisa Ana, necesitamos estar “sirviendo ... con ayunos” (Lucas 2:37). Cualquier  otro  propósito tiene que estar subordinado a Dios.   Como  ocurrió  con  el   grupo  apostólico  de  Antioquía,   los términos “ministrando” y “orando” deben decirse en  el  mismo lapso de respiración (Hechos  13:2). C. H. Spurgeon escribió: “Los tiempos  oportunos  de  ayuno  y  oración  que  tenemos en el   Tabernáculo han sido  verdaderamente sublimes;  las puertas del cielo nunca antes han estado tan abiertas; nunca antes nuestros corazones ha estado más cerca de  la  gloria central”.

               En los días de  Zacarías, Dios  preguntó al   pueblo:  “Cuando ayunasteis ...,   ¿habéis  ayunado  para  mí?”   (Zacarías  7:5).   Si 68   Alabanza a la disciplina   La disciplina del ayuno   69 nuestro ayuno no es para Dios, hemos fracasado. Los beneficios físicos, el  éxito  en  la  oración,   la  dotación de poder, los discernimientos  espirituales,   nunca  deben  reemplazar  a  Dios como centro de nuestro  ayuno.   John Wesley declaró:   “Primero, que (el ayuno)  se haga para el Señor, con nuestros ojos fijos sólo en él. Que en esto, nuestra intención sea ésta, y sólo ésta: glorificar a  nuestro Padre que  está en  los cielos ...”.6 Es  el  único  modo como nos salvaremos de amar la bendición más  que a Quién la da.

               Tan pronto como el propósito fundamental está firmemente fijado en nuestros corazones, quedamos en libertad de entender que  también hay propósitos secundarios en el ayuno. Más que cualquier otra disciplina, el ayuno pone de manifiesto las cosas que nos dominan. Este es un maravilloso beneficio para el verdadero discípulo  que  anhela ser transformado a  la  imagen de Jesucristo. Nosotros cubrimos lo que  tenemos adentro con alimento y otras cosas buenas, pero en el ayuno estas cosas salen a la superficie. Si el orgullo nos domina, se manifestará casi de inmediato.   David  dijo: “Lloré  afligiendo  con  ayuno  mi   alma” (Salmos  69:10). Si dentro de nosotros hay ira, amargura, envidia, rivalidad, temor, estas cosas saldrán a la superficie durante el   ayuno.   Al   principio  pensaremos que  nuestra  ira  se  debe  a que  tenemos hambre;  luego  comprenderemos que  tenemos ira por cuanto el espíritu de ira está dentro de nosotros. Podemos regocijarnos por  saber esto  por  cuanto entendemos que  la  sanidad está a nuestra disposición por medio del poder de Cristo.

               La  oración nos  ayuda a  mantener el  equilibrio en  la  vida. [Con cuánta facilidad  permitimos que  las  cosas no  esenciales tomen prioridad en  nuestra vida! [Con qué rapidez anhelamos cosas  que  no  necesitamos hasta que  nos  esclavizan!  Pablo escribió: “... todas las  cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar  de  ninguna”  (1  Corintios  6:12). Nuestros  anhelos  y deseos  humanos son como un río  que  tiende  a  desbordarse;  el ayuno  ayuda  a   mantenerlos   en   su  propio  canal.   Pablo   dijo: “... golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre...” (1 Corintios 9:27). De igual modo, David escribió: “Afligí con ayuno mi *Este  asunto se explicará con más  detalles en  posteriores capítulos. alma ...” (Salmos 35:13). Esto no es ascetismo, es disciplina; y la  disciplina trae  libertad.   Asterio,   en  el   siglo  IV, dijo que  el ayuno aseguraba que  el  estómago no hiciera hervir el  cuerpo como una olla,   para perjuicio del alma.”

                Son numerosas las personas que  han escrito sobre  muchos otros valores del ayuno, tales como el aumento de la eficacia en la oración de intercesión, la ayuda de Dios en las decisiones, el aumento de la concentración, la liberación de los que se hallan en esclavitud, el bienestar físico, revelaciones. En esto, como en todas las cosas, podemos esperar que Dios recompense a los que con diligencia lo buscan.

La práctica del ayuno


               Las   personas   modernas   ignoran  muchos   de   los   aspectos prácticos del ayuno. Los que desean ayunar necesitan familiarizarse con esta información.

               Como ocurre con todas las  disciplinas,  debe  observarse un desarrollo  progresivo;   es  prudente  aprender  primero  a  andar para luego correr.   Comienza con un  ayuno parcial de 24 horas de duración.   Muchos han descubierto que  el mejor  lapso  para hacer esto es el que transcurre entre almuerzo y almuerzo. Esto significaría que suspenderá dos comidas.  El jugo de frutas frescas es excelente. Intenta esto  una vez por semana durante varias semanas. Al principio, quedarás fascinado por los aspectos físicos de esta práctica; pero lo más importante que  tienes que verificar es la actitud interna de adoración. Externamente, estarás  realizando  los  deberes  regulares  del   día,   pero  internamente  estarás  en  oración  y  adoración,   rindiendo  culto  y  alabanza al Señor. Otro día, haz que toda tarea del día se convierta en un sagrado ministerio para el Señor. Sin importar cuán mundanas sean tus actividades, para ti son un sacramento. Cultiva una “tierna receptividad del aliento divino”.” Termina el ayuno con una comida  liviana de frutas  frescas  y verduras y mucho regocijo interno.

               Después  de  dos  o  tres  semanas,   estás  ya   preparado  para intentar un  ayuno  normal  de  24 horas.   En esta  oportunidad, toma sólo agua pura en buenas cantidades. Muchos piensan que 70   Alabanza a la disciplina   La disciplina del ayuno lo  mejor  es  tomar  agua  destilada.   Si   el   sabor  del   agua  no  te gusta,   agrégale  una  cucharadita  de jugo  de  limón.   Probablemente sientas  algunos dolores  por   causa del   hambre,   o cierta incomodidad antes que  termine tu período de ayuno. Esa no es hambre real; tu estómago se ha entrenado a través de años de acondicionamiento a dar señales de hambre a ciertas horas. En ciertos sentidos el  estómago es como los niños malcriados.

               No es necesario complacerlos; lo que  necesitan es disciplina. Martín  Lutero  dijo:   “... la   carne  estaba  habituada  a  refunfuñar terriblemente”.” No tienes que rendirte ante estos “refunfuños”. No  tengas  en  cuenta  estas  señales,   e  incluso  dile  a  tu  “niño malcriado” que se calme. En corto tiempo te pasará el hambre. Si no te pasa, tómate otro vaso de agua, y tu estómago quedará satisfecho. Tienes que  ser señor y no esclavo de tu propio  estómago.   Si   las  obligaciones de  familia  te  lo permiten,  dedica  el tiempo  en  que  normalmente  comerías  a  la  meditación  y  a  la oración. No sería necesario decir que debes seguir el consejo de Jesús en el   sentido de  guardarte de  llamar la  atención hacia  lo que estás haciendo. Los únicos que deben saber que estás ayunando son  aquellos  que tienen  que  saberlo.   Si   llamas la  atención al hecho de que estás ayunando, la gente se impresionará por ello y, como Jesús lo dijo, esa  será tu recompensa.   Tú  sin embargo estás ayunando para obtener recompensas más grandes y más profundas. Lo siguiente lo escribió una persona que,   a manera de experimento, se había dedicado al ayuno una vez por semana durante dos años.   Notemos el progreso a partir de los aspectos superficiales del  ayuno hacia las profundas recompensas.

1.    Pensé que  sería una gran hazaña el hecho  de pasar un día  sin  comer. Me congratulé por  el  hecho  de que  pareció fácil ...

2.    Comencé  a  ver que  lo anterior difícilmente podía  ser  la meta  del   ayuno.   El   hecho  de  comenzar  a  sentir  hambre  me ayudó en esto ...

3.    Comencé  a  relacionar  el   ayuno  de  alimentos  con otros aspectos de mi vida en los cuales yo era más compulsivo ... Yo no tenía  que  hallar un  asiento  en  el  autobús para estar contento,   ni sentirme fresco en tiempo de verano, ni  abrigado en tiempo  de invierno.

4.    . . . Reflexioné más en los sufrimientos de Cristo y en los de aquellos que tienen hambre y cuyos bebés tienen hambre ...

5.    Seis meses después de haber comenzado la disciplina del ayuno; comencé  a  comprender por   qué  se  me  había sugerido un  período de dos años.   A lo largo del camino cambia la experiencia.   En  los días de ayuno, el hambre se volvió aguda y la tentación de comer se volvió más fuerte. Por primera vez estaba usando el día de ayuno con el fin de buscar la voluntad de Dios para mi   vida.   Comencé  a  pensar en  lo que  significaba rendir uno su vida.

6.    Ahora sé que  la  oración y el ayuno tienen que estar intrincadamente  unidos.   No hay otro  modo y, sin  embargo, ese modo no está aún combinado en  mí.

               Después de haber logrado varios ayunos con cierto grado de éxito  espiritual,   pasa  a  un  ayuno  de  36 horas.   Cuando hayas cumplido el ayuno de esta duración es tiempo de que  consultes con el Señor en cuanto a si él quiere que  pases a un ayuno más prolongado. Los ayunos que  duran de tres a siete días abarcan un  buen período  y  probablemente  tengan  una  influencia  sustancial en el curso de su  vida.

               Es  bueno saber el  proceso  por  el   cual pasa tu cuerpo en el transcurso de un ayuno más prolongado. Los primeros tres días son  por   lo  general   los  más  difíciles  en  lo  que   se  refiere  a  la incomodidad  física  y  a  los  dolores  por   causa  del   hambre.   El cuerpo comienza a librarse de los venenos o tóxicos que se han acumulado a través de los años en que se ha tenido malos hábitos de alimentación. Ese proceso  no es agradable. Esta es la razón por qué se forma una capa de sarro sobre la  lengua y se produce el mal aliento. No te perturbes por estos síntomas; más bien da  gracias por el mejoramiento de la  salud y el bienestar que  te  vendrán  como resultado.   Durante  este  tiempo,   puedes experimentar dolores de cabeza, especialmente si eres un ávido tomador de café  o de té.   Esos  son  leves  síntomas de  retiro, los cuales pasarán, aunque podrían ser muy desagradables por algún tiempo.

               Hacia  el   cuarto  día,   los  dolores  por   causa  del   hambre  comienzan a ceder, aunque sentirás debilidad y desvanecimientos ocasionales. Estos vértigos son  sólo temporales y los producen los cambios repentinos de posición.  Muévete más lentamente y no tendrás dificultades.   La  debilidad puede llegar al   punto en que  la  tarea más  simple  exige un gran  esfuerzo.   El   mejor remedio es descansar. A muchos les parece que  este es el período más difícil  del  ayuno.

               Hacia el sexto o el  séptimo día, comentarás a sentirte más fuerte y despierto.  Los dolores  por causa del hambre continuarán disminuyendo  hasta que  hacia  el   noveno  o el   décimo  día, sentirás sólo una irritación menor.   El  cuerpo habrá eliminado el   volumen  de  tóxicos   y  te   sentirás  bien.   Se  intensificará  tu capacidad  de  concentración  y  sentirás  que   podrías  continuar ayunando indefinidamente. Desde el punto de vista físico, ésta es la  parte del  ayuno que  más se disfruta.

               En  cualquier momento entre  los  21  días  y los  40,   o posteriormente,   lo cual depende  de  cada  individuo,   vuelven los dolores a causa del hambre. Esta es la primera etapa del síndrome clínico  del hambre e indica que  el cuerpo ha agotado todas las reservas  que  tenía  en  exceso  y está comenzando  a  recurrir al tejido  vivo. Es tiempo de terminar el ayuno.

               La   pérdida  de  peso  durante  el   ayuno  varía  grandemente según el individuo. Es normal perder al principio un kilogramo por  día,   lo cual va  decreciendo a  medida que  avanza el  ayuno hasta llegar a medio kilogramo diariamente. Durante el ayuno sentirás más frío,   simplemente por el hecho  de que el metabolismo del cuerpo no produce la acostumbrada cantidad de calor. Si uno  tiene el cuidado de permanecer abrigado, esto  no causa dificultad alguna.

               Debiera ser obvio para todos  el   que  algunas  personas,   por razones  físicas,   no  deben  ayunar.   Los  diabéticos,   las  mujeres que  están  embarazadas  y  los  pacientes  del   corazón  no  deben ayunar.   Si   tienes  alguna  pregunta  con  respecto  a  si   estás  en condiciones de ayunar, consulta con el médico.

               Antes de comenzar un ayuno prolongado, algunos se sienten tentados a ingerir una buena comida para “almacenar”. Eso es incorrecto.   De  hecho,   es  mejor  comer algo  más  liviano  que   lo normal   durante  uno  o  dos  días  antes  de  comenzar  el   ayuno. Sería un buen consejo que  te  abstengas de tomar té  o café durante tres o cuatro días antes de iniciar un ayuno prolongado. Si   la   última  comida  que   queda  en  el   estómago  es   de  frutas frescas y verduras, no debieras tener ninguna dificultad con el estreñimiento.

               La  primera  comida después  de  un  ayuno  prolongado  debe ser jugo de  frutas  o de  verduras.   Al  principio se  deben tomar pequeñas cantidades. Recuerda que el estómago se ha contraído considerablemente y que  todo  el  sistema digestivo ha entrado en cierta clase de hibernación. El segundo día, después de haber terminado el  ayuno, deberías comer frutas y luego leche o yogur.   Luego puedes comer ensaladas frescas y vegetales cocidos. Evita en la ensalada todos los aderezos y todo lo que tenga grasa o almidón.   Debe  tenerse  un  extremo  cuidado  de  no  comer  en demasía.   En este tiempo es bueno pensar en  la  dieta futura y en  los hábitos de comer, para ver  si debes  ser más disciplinado y tener dominio de tu apetito.

               Aunque  los  aspectos físicos  del   ayuno  nos  intrigan,   nunca debemos  olvidar  que   el   principal   propósito  del   ayuno  bíblico está en el área del espíritu. Lo que ocurre espiritualmente tiene consecuencias mucho más importantes que  lo que sucede corporalmente. Estarás empeñado en  una batalla espiritual para la  cual necesitarás todas las armas de que se nos habla en Efesios 6. Uno de los períodos espiritualmente más críticos ocurre cuando finalizas el   ayuno físico; es entonces cuando nos viene la  tendencia natural de relajarnos. Pero  no quiero dejar la  impresión de  que  todo  ayuno  es  una  fuerte  lucha espiritual.   He descubierto que no es así. También hay”... justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17).

               El   ayuno  puede  traer  adelantos  en  la  vida  espiritual   que nunca pudieran obtenerse de ninguna otra manera. Es un medio de la gracia de Dios y una bendición que  no debiera descuidarse por más tiempo. Wesley declaró:



                  ... no  sólo  por   la   luz  de  la   razón ...   ha   sido  dirigido  el pueblo  de  Dios en  todas   las  edades a  usar el   ayuno  como un medio: ... sino que ha sido ... enseñado sobre esto por el mismo Dios,   mediante  revelaciones  claras  y  expresas  de  su  voluntad ...  

                 Ahora  bien,   cualesquiera hayan  sido las  razones  que movieron a los del tiempo antiguo para el ardiente y constante cumplimiento  de  este   deber,   tales  razones  son  aún  de  igual valor para estimularnos a nosotros.”